Stravaganza - Capítulo 12

 - Ese crucifijo que llevas en el cuello es muuuyy lindo – intentó tocar el crucifijo que Candy portaba, obsequio de la Señorita Pony cuando Candy se marchó del hogar para asistir en la casa de los Leagan.

– ¡Basta Terry! – Con una palmada alejó la mano de Terry que rozaba su cuello - Compórtate como un caballero o gritaré para que te saquen de aquí. – Advirtió sin perder la vista de la venda con la que trataba de frenar la hemorragia que brotaba de la enorme herida que aquellos sujetos le habían hecho a Terry en el brazo.

– Si quisieras que me sacaran de aquí, hace mucho ya hubieses gritado. Mejor aprovechemos que estoy en tu cuarto, ¿quieres que te enseñe cómo se comporta un caballero inglés? –Candy apretó el vendaje con demasiada fuerza – ¡Auch! – Se quejó. - Eso fue doloroso e innecesario.

– Pero bien merecido. ¿Te sientes mejor?

– No del todo, ¿tendrás un poco de coñac?

– Este es el cuarto de una señorita, no un bar de mala muerte.

– Y me encanta esta señorita – su sonrisa, santo cielo, su sonrisa – ¡no me hagas caso! Es solo el alcohol hablando, cuando estoy ebrio flirteo con quien tenga enfrente. Será mejor que me vaya antes de que siga desvariando – intentó levantarse apoyando la espalda y la mano izquierda contra la pared, pero cuando parecía estar a punto de lograrlo, la fuerza de su mano lo traicionó cayendo al piso contra su ya de por sí adolorido costado izquierdo– ¡maldita...sea! – gritó más alto de lo que Candy hubiera deseado.

– ¡Terry! – trató de levantarlo pero temía que hasta el menor roce volviera a arrancarle un grito de dolor, grito que no demoraría en llegar a oídos de la hermana Gray. Optó por colocar un par de almohadas para que se recostara, gesto que Terry agradeció con un suspiro que parecía eterno– luces fatal. Esos maleantes debieron haberte roto alguna costilla, será mejor que llamemos a las hermanas para que vengan a auxiliarte o busquen un médico para que te revise.

–Te excomulgarían por tener a un chico en tu habitación, o peor aún, te expulsarían.

–Si les explicamos las condiciones en las que llegaste...

–La hermana Gray no es una persona razonable en absoluto, ¿todavía no te ha quedado claro? En verdad Candy ya... ya has hecho mucho por mí, no quiero ocasionarte más problemas. Me sentiría muy avergonzado.

–No creí que tú conocieras la vergüenza.

–Lidio con ella a menudo. Solo dame un poco de tiempo, que pase el dolor o el efecto del alcohol, lo que ocurra primero, y me marcharé sin hacer el menor ruido, lo prometo. Podrías, no sé, sentarte un rato y conversar, sobre lo que quieras, tú plática es divertida, muy diferente a la de cualquier otra chica en este maldito colegio.

– No te entiendo, Terry. – Dijo mientras que con un pañuelo húmedo trataba de limpiarle la sangre que comenzaba a coagularse en la comisura de su boca, de rodillas en el piso, frente a él. - Pareces tenerlo todo, una vida soñada, y actúas como si quisieras destruirte.

– Apaga la vela.

– ¿Qué?

–Si las prefectas ven luz en tu cuarto por mucho tiempo, vendrán a investigar. Además, no creo que mi estampa en estos momentos sea algo muy agradable de ver. Así que será mejor... – con un leve soplido que llevaba bastante olor a licor apagó la llama; los ojos de Candy tardaron un poco en adaptarse al escaso resplandor que se colaba por las cortinas, única iluminación de la habitación, cuando finalmente lo hizo, descubrió a Terry sentado seductoramente cerca de ella.

– ¿Qué es para ti, tenerlo todo, Pecas?

"Trata de aparentar tanta entereza como te sea posible, que no crea que su presencia te afecta", pensó.

–Vienes de una buena familia, - tomándolo por la barbilla giró con mucho cuidado su cabeza para tratar de limpiarle la tierra que se había acumulado en la herida que tenía en el pómulo derecho - de la nobleza, según cuentan. Tienes mucho dinero, o al menos lo tendrás cuando recibas tu herencia. Acceso a las mejores escuelas y prácticamente a todo lo que desees hacer. Padre, madre, hermanos. Y como doscientas chicas en esta escuela que se mueren por ti.

– Ignoraba que te importara tanto mi quién está interesada en mí como para llevar la cuenta– tomó la barbilla de Candy entre la punta de sus dedos, obligándola a mirarlo a los ojos. El gesto la tomó por sorpresa.

–Es solo...

–No te dejes llevar por las apariencias. Es verdad, poseo todo lo que acabas de enumerar, muchas de esas cosas, en exceso. Pero toda mi vida he carecido de, cuestiones básicas, "derechos", que todo ser humano debería disfrutar, por lo menos en su infancia. Amor, atención, respeto.

–Tu vida no puede ser tan mala como para que te escapes a media noche a embriagarte y buscar que casi te maten a golpes.

– Te sorprenderías. De acuerdo, tal vez no se tan mala, pero sí bastante irónica ¿no crees? Crecer con lujos a manos llenas, pero al mismo tiempo estar vacío por dentro. Respondo a esto de la misma manera, me envían a "la mejor escuela", me portaré de la forma más deplorable posible.

– Eso es muy ingrato para con tus padres.

– No conoces a mi padre, cariño.

– ¿Y no piensas en tu madre?

–Mi madre – suspiró- digamos que ella no tuvo un papel protagónico en mi vida. ¡Ja,ja, ja! – su risa la incomodaba, no entendía qué le parecía tan gracioso de aquella horrible declaración. –Me tachas de loco, pero tú tampoco actúas del todo cuerda. Chica americana de buena familia, recién llegó a colegio y ya ha colocado a la hermana Gray al borde del infarto por lo menos unas tres veces. Carece de bueno juicio, se salta las reglas por razones absurdas. Nula delicadeza y sentido común. Linda, no demasiado, pero lo suficiente para ganarse el odio de la mayoría de las chicas de su salón de clases. Y para rematar, refugia en su habitación al delincuente del colegio, poniendo en riesgo su reputación, la estadía en la institución y el amor de su bastante afeminado primo.

– Anthony no es mi primo. ¡Y tampoco es un afeminado!

– ¡Seguro! Todos los hombres nos la pasamos hablando con estúpidas flores todas las tardes. Pensé que todos ustedes estaban emparentados, él, el chico de lentes, el engreído, los engendros Leagan y tú.

–Lo estaríamos si yo compartiera su sangre. Soy hija adoptiva. O según la opinión de la tía abuela Elroy, "impuesta". – Sumergió el pañuelo manchado de sangre en el cuenco con agua que había colocado en el piso, después de exprimirlo, reinició su labor de limpieza con una herida que Terry tenía muy cerca del ojo. -Hasta hace poco más de un año, yo trabajaba limpiando la casa de los Leagan y dormía en los establos, Neal y Eliza Leagan piensan que sigue siendo así y por eso no dejan de fastidiarme. Hace relativamente poco tiempo fui adoptada por el patriarca de los Andrew, hecho que desconcertó a toda la familia y a mí también. Después me enviaron a este colegio. Si parece que no encajo aquí, que no comprendo las reglas o que todo me parece extraño y confuso, es porque es así.

– ¿Nunca conociste a tus padres? – Terry lucía muy intrigado.

–No. Me abandonaron en pleno invierno en la puerta de un viejo orfanato cuando apenas tenía unos cuantos meses de nacida, y, nunca volvieron por mí.

–Con base en mi experiencia, conocer a tus padres está sobrevalorado.

–Me habría gustado conocerlos, no lo niego. Saber quiénes eran, de donde vengo, si tuve más hermanos o algún pariente en cualquier parte de mundo, preguntarles ¿por qué? Pero desde muy pequeña comprendí que mis preguntas jamás tendrían respuesta, así que traté de convencerme de que sus razones habrían tenido para decidir dejarme en ese lugar, que pensaron en mí, en que probablemente tendría una vida mejor que la que ellos podrían brindarme y la verdad es que por algún tiempo fue así.

– ¿Antes de venir aquí?

– Antes de salir del "Hogar de Pony", así es como se llama el orfanato donde crecí. Dos mujeres lo dirigen, La señorita Pony y la hermana María, y de alguna forma milagrosa, lo han mantenido funcionando todos estos años. El dormitorio de las niñas, siempre había por lo menos quince chicas ahí, era del tamaño de esta habitación, con camas viejas y colchones mullidos. Yo ignoraba que pudiesen existir cosas como camas individuales o "ropa nueva", siempre vestí con donaciones o prendas que habían dejado otras niñas. La comida era poca, pero buena. Juguetes, un extraño suceso. Pero, ¿sabes algo? Durante ese tiempo nunca me faltó nada, y creo que entiendo a qué te refieres cuando hablas de las "necesidades básicas de todo ser humano". Tuve amor, a montones, guía, corrección, confianza. Fui feliz.

– ¿Y ahora lo eres?

– Tengo motivos para serlo. Cuando me fui del Hogar de Pony, pasé una temporada nada agradable en casa de los Leagan, acusaciones, malos tratos y una escasez mayor que en el orfanato, era difícil tratar de ser feliz viviendo en dichas condiciones. Pero ahora soy la hija de una encumbrada familia, aunque todavía no conozca en persona a mi padre adoptivo, le tengo mucho cariño y agradecimiento por todo lo que ha hecho por mí. Las cosas siguen siendo un tanto extrañas, pero sin duda mejor.

– Esa no fue mi pregunta. –Tomó la mano con la que Candy continuaba limpiando las heridas de su rostro. - Pero tu respuesta fue muy clara. Tienes todo para ser feliz, pero no lo eres. ¿Qué te hace falta?

–Nada.

–Ese nada significa que no lo sabes todavía- con su dedo pulgar trazaba círculos en medio de la mano de Candy.

–Dame un ejemplo. Supongo que todos tenemos distintos requisitos para ser feliz, dime los tuyos.

– Son solo tres. Libertad, de amar, de ser. Una chica que me ame, y un futuro en común.

– Suena sencillo.

– No lo es. No con un padre como el mío que ya tiene perfectamente planeado mi futuro, el pretende decidir qué, cómo y cuándo debo hacer las cosas.

–Por lo menos tienes muchas chicas para escoger. Doscientas. Según mi último conteo.

–Solo me interesa una – recorrió la poca distancia que los separaba sin soltarle la mano– una que hasta esta noche representaba todo un misterio. Pero que ahora que conozco su historia, no solo la entiendo, sino que la admiro, por su entereza y por no dejarse vencer. – Candy intentaba escapar pero su espacio era muy limitado. Echó su cuerpo hacia atrás pero terminó chocando con su propia cama. Terry sonrió y colocó la otra mano en la nuca de Candy. – Una que es rebelde, como su cabello. Que arriesga todo por mí, por ayudarme, sin importarle las consecuencias que esto le atraiga – su boca ya se encontraba a escasos centímetros de la de Candy – una chica que me encanta - el aliento dulzón y caliente que emanaba de su boca, mezcla de su borrachera y la pasión que despedía su ser, golpeaba el rostro petrificado de Candy– una chica que tiembla por el hecho de tenerme cerca.

No había a donde escapar, detrás, la cama, adelante solo él.

Y lo peor era que, no sabía si quería escapar.

Capítulo 11 - Capítulo 13

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