Stravaganza - Capítulo 13
Al principio solo fue un leve roce, apenas perceptible. Su boca era fina. El labio inferior ligeramente más grueso que el superior. Los movimientos de Terry eran ágiles, parecía que el dolor se había ido, o al menos lo soportaba de manera estoica ante la víspera de aquel deseado beso. Trató de resistirse, pero su voluntad se quebró al sentir la lengua de Terry rozar contra la suya. Se elevó, deseando nunca descender de aquel paradisiaco Edén. Fueron tan solo unos segundos, un minuto tal vez, pero la magia de aquel beso, le pareció una eternidad.
–En honor a la verdad, me disculpo por no haberte hecho justicia aquella noche en el barco.
– ¿Por qué? – Preguntó Candy con los ojos muy abiertos.
– Por haberte dicho que eras una niña. No puedes culparme, cualquiera que vea tu cara de inmediato pensaría que no eres más que una chiquilla pecosa trepa árboles. Pero no eres una niña, hay detalles que develan todo lo contrario– sentía su mirada recorrerla tan pesadamente como si lo estuviera haciendo con sus manos– ¡es hermoso!
– ¿Qué cosa?
– La forma en que tus pechos buscan desesperadamente romper la tela de tu camisón.
El color de su rostro en aquellos momentos debía ser muy cercano al tono escarlata. Su primera reacción fue levantarse y de inmediato ponerse el salto de cama que colgaba en el perchero.
– ¡Eres...un...completo...patán! – Al parecer los nervios y la indignación le había borrado de la mente la forma correcta de hacer un nudo– Si te permití quedarte en mi habitación fue solo porque necesitabas ayuda, pero eso no te da derecho a faltarme al respeto de esa manera. – El rostro le ardía, su corazón latía muy deprisa y las lágrimas de indignación amenazaban con asomarse en cualquier segundo.
–No te estaba faltando al respeto, –aún con el dolor físico que le representaba, Terry logró ponerse de pie y caminar hacia ella– todo lo contrario, se trataba de un halago.
–Desconozco con qué tipo de chicas estés acostumbrado a tratar, pero tu comentario de ninguna forma puede considerarse un halago para una chica decente.
–Tenía la esperanza de que no fueras una mojigata. Sabes, Candy– Terry tomó entre los dedos de su mano izquierda un rizo rubio que caía por la oreja de Candy y comenzó a jugar con él– cuando era niño mi padre encargó mi educación a una afamada institutriz rusa que se tomaba su trabajo muy enserio. Tanto el de educarme como el de calentar la cama de mi padre. Conforme fui creciendo decidió enseñarme cosas más interesantes y comprendí por qué mi padre nunca la despidió a pesar de que su esposa se lo exigía todo el tiempo.
Fue una excelente maestra. Siempre me decía, "Terry, cariño, nunca hay que ser egoísta a la hora de compartir placer". Y créeme, Pecas, puedo ser muy generoso contigo.
– ¡Eres un idiota!– la indignación de Candy no cabía en su ser; acompañó estas palabras con un golpe en el pecho que a pesar del dolor que le provocó, lo hizo reír.
–Y tu una tonta por despreciar dicho ofrecimiento, son cosas que no enseñan en las aulas del San Pablo y que dudo mucho que tu insulso noviecito te sepa enseñar.
– ¿Piensas que por ser de origen humilde soy una chica fácil?
–Pienso que eres auténtica, y eso me atrae. Para serte honesto, antes de esta noche solo me interesaba fastidiar al señorito Brown. Pero me gustas, Candy. Y con ese beso me comprobaste que yo también te gusto.
–Tu presencia en este cuarto, y ese beso, quedarán en el más profundo secreto, por el bien de ambos, ¿de acuerdo?
–De acuerdo. Entonces, ¿qué más da que sea un beso, o cincuenta? – la tomó por la cintura.
- Ninguno, - gritó soltándose de su agarre - ¡nunca más!
– ¿A qué le temes?
–A ti. Tu forma de hablar, de ser, te gusta confundir a las personas.
–No. Temes a lo que te conviertes cuando estás conmigo, a tus propios deseos.
– ¡Vete de aquí!
– ¿En realidad quieres que me vaya?
- Vete de aquí y no vuelvas a dirigirme la palabra o...
-¿O qué? – Preguntó sonriendo - ¿le dirás a tu novio para que me obligue a hacerlo? Quisiera ver eso. Ni él, ni nadie van a cambiar lo que me provocas. Ni siquiera tú misma puedes frenar esto, así que, nos veremos pronto – tomó con fuerza las mejillas de Candy entre su mano y asestó un último e impertinente beso.
En cuanto Terry saltó por su balcón, Candy se apresuró a colocar el pestillo del ventanal. Se dejó caer en el piso de su alcoba y comenzó a llorar mientras se limpiaba frenéticamente la boca con el torso de su mano tratando con poco éxito que la sensación que aquel casi delictivo beso había dejado en sus labios. Era inútil, el recuerdo persistía.
"¿Por qué? ¿Demonios, por qué lo hiciste?" Torturaba su mente tratando de encontrar la respuesta una y otra, y otra vez. "Ese chico puede gustarte, puede atraerte ¡pero tú amas a Anthony!", se recriminaba, "además, Terry Grandchester ¡es un completo idiota!" Las lágrimas seguían cayendo a raudales marcando surcos en su rostro "¿Y ahora? ¿Qué harás? ¿Confesarle a Anthony la verdad, aunque eso signifique perderlo para siempre? ¿Ocultarlo y correr el riesgo de que el nefasto "duquecito" decida contar su versión de la historia cuándo se le venga en gana? Aquella noche no pudo dormir.
– ¿Por qué? – Anthony estaba rojo del coraje. Había esperado todo el día para finalmente verla en el último descanso de la tarde, y ahora Candy le confesaba eso.
–Ya te dije Anthony, estaba mal. Herido, sangrando. Necesitaba ayuda.
– ¡Debemos decirle a la directora, eso no se puede quedar así! Ese idiota irrumpió en tu habitación infringiendo no sé cuántas reglas.
– ¿Y para qué? Si todos sabemos en este colegio que Terry está por encima de las reglas. Terminarían expulsándome a mí.
– ¿Cómo puedes decir eso, Candy?
– ¿Recuerdas cuando te agarraste a golpes con él? A ti te dieron tres días encerrado en el cuarto de meditación y a él absolutamente nada. La hermana Gray solo busca un pretexto más para expulsarme. No habría bandos en este caso, solo el de él. El dinero mueve todo en este colegio.
–Tiene razón, Anthony. –Agregó Stear con toda la serenidad que albergaba en su alma. - La única perjudicada en todo esto, sería Candy.
- Sé que te pone furioso, Anthony, yo estoy igual. Pero tanto mi hermano como Candy tienen razón, ella sería la única perjudicada, y probablemente expulsada.
- ¿Y qué propones, Archie, que simplemente lo deje pasar?
- Precisamente.
–Si estabas consciente de todo esto, -continuó a solas mientras acompañaba a Candy a la puerta del edificio que albergaba los dormitorios de las chicas -de todo lo que arriesgabas, con mayor razón me pregunto, ¿por qué lo aceptaste? ¿Por qué lo ayudaste?
-¿Realmente quieres pasar los pocos minutos a solas que tenemos al día en seguir peleando por lo mismo?
-Respóndeme – insistió.
– ¿Qué querías? ¿Qué lo arrojara por mi balcón?
–Que pensaras en mí.
–No se trataba de ti, Anthony. Ni siquiera de mí. Si lo hubiese encontrado en la calle lo habría ayudado.
– ¿A él o cualquiera?
– A cualquiera.
– ¿Segura? Noto cierta debilidad tuya por ese sujeto.
– ¿Qué insinúas?
–Que lo que sea que esté pasando entre Grandchester y tú, me lo confieses, por más doloroso que resulte.
Por un momento pensó en librarse de esa carga que llevaba en su espíritu. Decir la verdad, y que pasara lo que Dios decidiera que era justo que ocurriera. Anthony no se merecía una traición así, o tal vez era ella quién no se merecía un hombre como él. ¿Pero sí le decía la verdad, qué haría él? Seguramente ir a buscar a Terry y enfrentarlo, ¿y entonces qué? Contrario a lo que el insolente de Terry insinuara, ella no consideraba a Anthony como un chico débil o cobarde, pero Terry parecía ir por la vida sin nada que perder. La forma en que hablaba de su familia, el menosprecio por su vida misma, y aquel instinto de autodestrucción. Si había sido capaz de molerse a golpes con media docena de maleantes, sin razón alguna, en un mal de mala muerte, ¿qué lo detendría contra Anthony?
– ¿Cómo hice ahora? – Trató de excusarse. - ¿Para qué, si de todos modos me culpas a mí?
Anthony estaba furioso. ¿Grandchester irrumpiendo en el cuarto de Candy? ¿Una simple coincidencia? No lo creía. Y por más que Stear, Archie, y la propia Candy le rogaran que dejara el asunto por la paz, cuando lo vio dirigirse a los cuartos de aseo del ala oeste, no se pudo contener.
– Terrence. – Gritó después de azotar la puerta de los sanitarios. -Sé de tus problemas y te compadezco, - Stear y Archie lo seguían de cerca, intuían una nueva pelea, donde Anthony llevaría todas las de perder - a decir verdad, ¡me das lástima!
– ¿Problemas? – Preguntó distraído el primogénito del duque mientras se lavaba las manos en el lavamanos.
– Tu alcoholismo, - continuó Anthony a pesar de que Terry no le prestaba mucha atención. Estaba más interesado observándose uno de sus ojos amoratados. Candy tenía razón, por poco lo matan en aquella pelea. Para Anthony, quien había sufrido un accidente que lo tuvo al borde de la muerte, el menosprecio que aquel aristócrata engreído sentía por su propia vida lo hacía despreciarlo todavía más. - El motivo por el cuál tu padre te mantiene exiliado en este lugar, debe ser muy vergonzoso un Duque de semejante abolengo tener un hijo como tú, pero como te lo dije, te entiendo y compadezco, porque comprendo que es algo con lo que tú espíritu cobarde no puede luchar.
Solo te voy a pedir, ¡a exigir! Que en tus siguientes mal viajes y desfiguros, donde recibas una paliza bien merecida, no se te ocurra llegar a molestar a la habitación de mi novia y abuses del hecho de que Candy sienta lástima y conmiseración por los necesitados y desgraciados como tú, porque te iré a sacar a rastras de su alcoba y te expondré como el degenerado que eres. ¿Te quedó claro?
–Como el agua. – Sonreía complacido mientras salpicaba gotas de agua al espejo del baño.- No, espera, a decir verdad tengo una duda.
– ¿Cuál?
– ¿Te dijo qué más pasó? – Anthony enrojeció en un segundo. Se dirigió cual caballo desbocado sobre Terry y lo habría alcanzado de no ser porque Stear y Archie se interpusieron a tiempo.
–Anthony no le hagas caso, ¿no ves que solo quiere molestarte y hacer que te encierren otra vez? – Le suplicaba Stear, pero Anthony parecía no escuchar.
–Te otorgo la razón en algo, Candy siente una gran debilidad por los necesitados, y, créeme, me dio mucho más de lo que necesitaba.
-¡No te permito que te expreses así! – Anthony trataba de zafarse de los brazos de sus primos cual toro salvaje deseoso por salir del corral.
- Tú no eres quién para "permitirme" o no hacer tal o cual cosa. – Expresó Terry salpicando con gotas de agua el rostro de Anthony, sintiéndose seguro sabiendo que los hermanos Corndwall jamás lo soltarían y disfrutando de la desventurada posición de su rival. -Y hablando de eso, la única que puede prohibirme el paso a su habitación es la propia Candy, y en teoría las hermanas que dirigen este colegio, pero, la única opinión que me importa, es la de ella. Así qué, tu patético reclamo está de más.
Te recomiendo una cosa – dijo segundos antes de abrir la puerta de los sanitarios – cierra la boca. No fue gran cosa, ¿de acuerdo? Me confundí de habitación, estaba ebrio y Candy lo único que hizo fue utilizar la cabeza y discernir que de armar un escándalo la directora del colegio seguramente la culparía a ella. Así que deja de lado las pataletas y reclamos absurdos, o este pequeño "error" podría llegar a oídos equivocados, y entonces Candy se vería en graves problemas.
-Tal vez... tal vez él tenga razón, Anthony – agregó Stear con timidez.
-¡Vaya, vaya! – el ruido de la puerta de un cuarto de baño hizo que los tres giraran la vista al interior del recinto – Apuesto que a la hermana Gray le interesará mucho esta información
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