Stravaganza - Capítulo 9

 -¡Anthony! – Gritó Candy entusiasmada al verlo - ¡Anthony! – Lucía extraño, parecía molesto, pero no, no podía ser cierto. Finalmente estaba libre, finalmente estaban juntos, y a ella el corazón le estallaba de alegría.

-¿Qué hacías ayer con Grandchester conversando en los jardines del colegio?

-¿Qué? – Candy seguía subestimando la velocidad con la que los chismes se diseminaban en ese lugar.

-¿Se puede saber qué era eso tan importante que tenían que hablar ustedes que debían esconderse?

- ¡Anthony, eso no es cierto, las cosas no ocurrieron así!

-¡No mientas Candy! Neal y los demás chicos los vieron, ¿por qué lo niegas?

-¡Neal! – comenzaba a entender aquella sucia manipulación de los hechos – Neal te lo dijo. Y seguramente olvidó comentarte que fue ÉL junto con sus horribles amigos los que me siguieron hasta allá cuando yo iba caminando SOLA, con el único propósito de fastidiarme.

-¿Entonces qué tiene que ver Grandchester en todo esto?

- Terry solo pasaba por ahí, escuchó que esos chicos me estaban molestando y me defendió, ¡fue todo!

-¿Terry? ¡Cuánta familiaridad entre ustedes!

-¡Ese es su nombre, Anthony! ¿Qué tiene de raro eso?

-¿Así que pretendes que crea que se trató de una simple coincidencia? ¿Qué "Terry" fue tu salvador?

-Yo no pretendo que creas nada, es obvio que tú ya has decidido a quién creerle.

-¡Necesito hablar contigo, Grandchester! En privado.

-"Anthony" – contestó el aludido sin dignarse siquiera a levantar la vista. Estaba demasiado entretenido jugando a las cartas en el suelo del patio central y despojando de sus mesadas a media docena de chicos que se dejaron convencer para apostar en el juego– es un verdadero placer tenerte de vuelta en el reino de los vivos, pero como te puedes dar cuenta, estoy un poco ocupado y me da una pereza infinita hablar contigo.

-¡Pero yo necesito aclarar ciertas cosas!

-¡Tercia de Reyes! – Gritó y tras recoger el dinero que le acababa de ganar al último chico que continuaba jalándose los cabellos por haber quedado en bancarrota, se levantó hasta que ambos estuvieron frente a frente - ¿qué quieres? ¿Ganarte otro par de días en el cuarto de meditación?

- ¿Por qué estabas con Candy ayer en la tarde? – Preguntó Anthony apenas en un susurro.

-¿Qué? Habla más fuerte que no puedo escucharte – pero su sonrisa delataba que aquello no era del todo cierto.

-¡Quiero qué me expliques qué demonios estabas haciendo ayer en la tarde con ella! ¿Qué ocurrió que pueda justificar que ustedes dos hayan estado juntos? – Stear y Archie se acercaron, intuían una nueva pelea.

-Ocurrió lo que Candy te haya dicho qué pasó – y con una última carcajada se dio la media vuelta.

-No te librarás tan fácil de esto, Grandchester. – Dijo Anthony en tono amenazante colocando ambas manos sobre el pecho de Terry impidiendo su avance- Candy dice que tú apareciste porque Neal la estaba molestando y que lo único que hiciste fue defenderla, pero por su parte Neal insiste en que ella y tú ya estaban allí cuando él pasó con sus amigos y que tú lo atacaste para obligarlo a callar. Así que quiero, ¡no! ¡Exijo la verdad!

-Déjame ver si entendí – retiró las manos de Anthony de su pecho haciendo una mueca de asco- ¿me estás diciendo, que Candy, la que a cada oportunidad presumes que es tu novia, te dijo exactamente lo que pasó, y aun así tu prefieres creerle al imbécil de Neal Leagan, o incluso a mí, antes que a ella? – Anthony guardó silencio y comenzó a temblar de pies a cabeza - ¿Le viste los arañazos que Candy traía en el brazo? Apuesto que no. Porque absurdamente tienes la idea de que todo esto se trata de ti, y no de ella. ¿Qué más da si se encontraba en peligro, qué más da si aquellos imbéciles tenían la intención de abusar de ella? ¡Si lo único que importa es que tú maldito orgullo! ¡Eres patético! Haznos un favor a todos, ¿quieres? Compórtate como un hombre de una buena vez, que por mi parte, no necesito tu autorización ¡ni la de nadie! Para defender a Candy o a la chica que sea cuando un grupo de siete idiotas la están molestando.

-Aunque me cueste reconocerlo, Terry tiene razón. – Comentó Archie cuando después de que Terry se marchara, él, Stear y Anthony se sentaran a conversar sobre los resientes y accidentados hechos. - Si Candy ya te había dicho qué pasó, ¿por qué deberías siquiera considerar la versión de los otros dos imbéciles?

-¡Lo sé, lo sé! – Gritaba Anthony una y otra vez mientras lanzaba puñetazos al aire - ¡Pero me volví loco de pensar que Grandchester hubiese tomado ventaja de mi encierro para tratar de hacerle la corte a Candy!

-No te preocupes por Grandchester, si alguien tomó ventaja de tu encierro, ese fui yo.

-¿Qué?

-Candy se enteró de que yo había rechazado la declaración de amor de Annie Brither argumentándole que estaba enamorado de una chica que pronto llegaría al colegio. Annie ató cabos y dedujo que tal chica era Candy. Candy me preguntó si era cierto, y yo le dije que sí.

-¡No puedo creerlo! Yo preocupado por Grandchester cuando es mi propio primo el que aprovecha mi ausencia para declararle su amor a mi novia.

-Si de aprovechar ausencias hablamos, tú te llevas el premio, querido primo.

-¡Otra vez con eso Archie! ¡Creí que ya lo habías superado!

-Creíste mal.

-¿Y? ¿Ella qué te dijo?

-¿Qué crees que me iba a decir? Que me consideraba un buen amigo, que me quería mucho y esperaba que las cosas entre nosotros no cambiaran. Yo le prometí que así sería.

-¡Terry! – gritó emocionada Eliza Leagan al visualizar que Terry entraba a la sala de descanso donde las chicas podían compartir un rato después de la cena, la presencia de cualquier estudiante varón en aquel recinto estaba estrictamente prohibida, hecho que a Terry poco le interesaba. De inmediato el recinto comenzó a bullir de comentarios y cuchicheos especulando el motivo para que Terry se encontrara en aquel lugar y horario no permitido. "Viene a verme a mí, por supuesto", expresó Eliza en un susurro a sus amigas sin dejar de arreglarse el cabello- ¡Hola, Terry! ¿Qué haces por aquí?

-Necesito hablar con alguien – contestó mientras encendía un cigarrillo.

-¿Acaso se trata de una hermosa chica, tal vez?

-De eso no puedes tener la menor duda – y tras inhalar la primera bocanada del blanco y tóxico humo, rodeó a Eliza para dirigirse hasta el último rincón de la sala, donde Candy se hallaba sola tratando de comprender el problema matemático que habían dejado de tarea, para quien la presencia de Terry en aquella sala había pasado completamente desapercibida hasta ese momento.

-¡Hola! – Se sentó a su lado. Candy dio un salto por la sorpresa de escuchar aquella poderosa, e inesperada voz.

-¡Terry! ¿Qué haces aquí?

-Vine a ver cómo seguías.

-Bien – pero tuvo a bien ocultar el brazo donde seguían presentes las heridas – sabes que no fue nada.

-Pero pudo haberse tornado mucho peor.

-¡Por cierto! Tú pañuelo, de haber sabido que vendrías te lo habría regresado.

-Puedes conservarlo.

-No quiero conservarlo – dijo con firmeza.

-De acuerdo, entonces tendrás que llevarlo todo el tiempo contigo porque resulta evidente que te urge deshacerte de él. Creo conocer la razón. Sobre eso también quería hablarte. Tu insulso noviecito llegó envalentonado a reclamarme por haber intervenido ese día.

-Su molestia no fue porque me ayudarás, lo que pasa es que a él le habían dicho una versión muy distinta de los hechos.

-No Candy. Su verdadera molestia es que yo haya estado cerca de ti, sin importar el contexto o los motivos. Le dejé muy en claro que no necesito su autorización ni la de nadie para defenderte a ti o a cualquiera que lo necesites, así como no necesito su autorización para estar cerca de ti si me da la gana, y si eso aparte me brinda la satisfacción de hacerlo perder los estribos por el coraje, lo consideraré como un bono. Así que, nos veremos pronto, Dulce Candy.

En cuanto Terry se marchó, Candy se encontró de lleno con la terrible mirada de odio que Eliza Leagan le dirigía.

-¡No te atrevas a volver a molestarla! – Y para dar mayor impacto a sus palabras, Anthony acompañó dicha advertencia con un violento puñetazo provocando que la herida que apenas y estaba cicatrizando en el labio de Neal se volviera a abrir.

-¡Qué te pasa, idiota! – Neal estaba furioso, y apretaba con fuerza la herida que sangraba.

-¡Candy no estaba con Terry, tú fuiste hasta ahí para molestarla y él intervino!

-Me queda claro que ellos te contaron su "versión" de la historia, ya que saben que eres lo bastante tonto como para creértela.

-¡Aquí no hay versiones de la historia, solo la verdad! ¡Así que te lo advierto una sola vez: no te atrevas a volver a molestarla!

-Idiota, todavía que te hice un favor al decirte la clase mujer que es tu noviecita, me pagas con un golpe. Pero esto no se quedará así, le diré a la directora para que te vuelva a encerrar.

-Hazlo –lo retó. Pero a Neal la actitud extrañamente tranquila de Anthony, lo asustó. - Tal vez. Solo tal vez, aproveche el tiempo que te tardes en acusarme con la directora, para ir a entregarle mi llave de la habitación a Grandchester, y así él aproveche cualquiera de las noches que yo permanezca encerrado en el cuarto de meditación, para venir hasta aquí y molerte a golpes. Créeme, se muere de ganas de hacerlo. Sin testigos, no hay delito. El crimen perfecto.

-Tú no... no serías capaz de aliarte con ese tipo.

-Si "le creí" su versión de la historia, como dices tú. ¿Por qué no aliarme con él? En fin. –Con tranquilidad comenzó a quitarse la ropa en un claro intento de ponerse el pijama y disponerse a dormir. - Puedes descubrirlo por ti mismo, ve, la hermana Gray debe de estar ansiosa por escucharte.

Neal decidió no arriesgarse, retiró de la mano del pomo de la puerta y con el coraje atravesado en el estómago, decidió que ya encontraría la forma en la que Candy, Terry y ahora también Anthony, se la pagarían.

-¡Candice! – alguien aporreaba su puerta. ¿Annie otra vez despertándola al amanecer? Tal vez le parecía la única hora segura para poder charlar con ella. Decidió atender.

-¡Hermana Circe! – la religiosa parecía de mal humor y como si tuviera mucha prisa, igual que siempre.

-La hermana Gray, quiere verte, ¡ahora!

-Pero, es demasiado temprano, si siquiera he escuchado las campanadas para ir a misa.

-¡Ahora ha dicho!

-Me han informado del incidente que propiciaste la tarde de ayer en la sala de descanso de las alumnas del colegio – la religiosa lucía furiosa, igual que siempre – pedirle a un alumno que rompa las reglas de esta institución para visitarte en horarios y lugares no permitidos es una falta grave.

-¿Qué? ¡Yo no le pedí a Terry que fuera a verme! Él se apareció ahí porque quiso y porque según parece, posee completa inmunidad en esta escuela.

-Pero algún motivo debió de orillarlo a hacerlo, ¿o me equivoco? – Candy guardó silencio. Para que la hermana Gray pudiera comprender los motivos que orillaron a Terry a actuar de tal manera, debería de explicarle todo lo relativo al incidente con Neal, y dudaba que la religiosa fuese a tomarlos como cierto. – También existen rumores de que en la pelea protagonizada por Terrence y Anthony Brown, tuviste mucho que ver.

- ¿Cómo? Si yo ni siquiera estaba ahí, ¿también piensa culparme por eso?

-No puedo, por el momento. Pero lo que sí puedo hacer es darte una última advertencia. Los estudiantes asisten a este colegio con el único propósito de aprender, ¡nada más! Cualquier tipo de relación afectiva o sentimental queda estrictamente prohibida. La lujuria es un pecado, Candice. Y las incitadoras en este colegio no son bien recibidas.

-¿Incitadora?

-¡Silencio! Fue difícil escoger un castigo adecuado a tu comportamiento.

-Pero yo...

-¡Silencio he dicho!

-Pensé en obligarte a quedarte en el colegio en tú día libre – sonrió – pero recordé que tú careces de dicho derecho. De todos modos ocuparás tu tiempo libre en algo más productivo que buscar una nueva manera de corromper la mente y espíritu de los alumnos de este colegio. Irás a misa en este momento y cuando todos los alumnos se vayan tú te quedarás a rezar quince padres nuestros y veinte aves marías, rogando al cielo guíe el camino de tu alma perdida. ¿Alguna duda?

-Sí, hermana Grey. ¿Qué castigo recibirá Terry? Porque si se me acusa a mí de haber sido la incitadora, ¿qué castigo recibirá él por ser el ejecutor de dicha acción?

-¡Lárgate ahora mismo de mi oficina! – Gritó la directora llena de furia, esa enorme vena en la frente había vuelto a aparecer y latía como si se tratase de una especie de gusano perverso que se asomada de la mente de la religiosa - ¡y no me vuelvas a desafiar o me encargaré de que el resto del ciclo escolar permanezcas encerrada en un cuarto de meditación!

Tras cerrar la puerta de la oficina Candy por poco se derrumba. Esa rabia e impotencia tan absurdamente familiar que la habían acompañado toda su vida se hacía presente con más fuerza en este horrible colegio. Siempre pensar mal, siempre suponer, siempre creerle a todo mundo menos a la huérfana. Incluso Anthony lo había hecho.

-¡Hola, zorra! – aquello pintaba cada vez peor. 

Capítulo 8 - Capítulo 10

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