Stravaganza - Capítulo 15
-¡Sirvienta! ¡Sirvienta! – Bajar las escaleras y encontrar los regalos de Navidad bajo el árbol, nunca le había provocado tanta alegría a Eliza como descubrir que Candy ayudaba a servir el desayuno en el comedor de las chicas, "¡Oh, esto me resulta tan familiar!" Ni siquiera había probado la comida de su plato, el entretenerse humillando a Candy y lanzando comentarios que versaban sobre el hecho de que le iba mucho mejor el uniforme de mucama que el de colegiala, parecía ser suficiente alimento para ella aquella mañana. Pero Candy soportaba sin inmutarse todos esos comentarios malintencionados, años trabajando en casa de los Leagan la habían vuelto inmune a los ataques de Eliza.
Pero Eliza no estaba dispuesta a rendirse.
-¡SIRVIENTA! – Gritó tan alto que su voz retumbó por el techo cóncavo del comedor. Candy concluyó que Eliza no se detendría hasta recibir la atención que exigía a gritos.
-Conoces mi nombre, Eliza. Con gusto te ayudaré si te refieres a mí con propiedad.
-¡Cómo si tú conocieras el significado de esa palabra! Prefiero llamarte como lo que eres, una "SIRVIENTA". ¡Llévate esto! – Arrojó el plato con el contenido completo de su desayuno en la bandeja que Candy llevaba en brazos – la comida es inmunda, igual que las sirvientas que lo preparan.
-Ni siquiera lo has probado, ¿cómo puedes decir que no te gusta? Existen miles de niños que no tienen qué comer y tú despreciando esto.
-Sé que hay millones de bastardos muertos de hambre, como tú, cuando llegaste a mi casa. Peleabas por las sobras que les dábamos a los cerdos. – La media docena de jovencitas que compartían la mesa con Eliza soltaron una carcajada. Aquello era una causa perdida, Candy dio la media vuelta para volver a la cocina, pero apenas había dado un par de pasos, Eliza la llamó- ¡Oye, sirvienta! Se te olvidó esto – y arrojó un pedazo de pan que dio directo en el rostro de Candy.
Aquel gesto fue suficiente para desatar el caos. Todas las chicas del comedor comenzaron a lanzarle restos de comidas de sus platos, todas menos Patricia O'Brien, quien trataba con poco éxito que esas chicas se detuvieran. En escasos segundos, la ropa de Candy era un lienzo con manchas indescifrables de jugos de frutas, restos de huevos revueltos, mantequilla y demás alimentos. Pedazos de frutas se habían quedado atrapados en su rizado cabello.
Una chica, a quien nunca lograron identificar, arrojó café caliente al rostro de Candy, por fortuna ella alcanzó a cubrirse la cara con el brazo, pero el dolor que le provocó aquel líquido hirviendo la hizo gritar.
Fue demasiado para ella.
-¡Basta! – A todas les extrañó, escuchar aquella tímida y suave voz, elevarse en un poderoso grito. Sobre todo a Candy. Caminó hasta ella y con la servilleta que llevaba en la mano comenzó a limpiarle el rostro. – Candy, ¿estás bien?
-Annie, no debiste. Te meterás en problemas.
-No me importa – contestó su amiga de la infancia – lo que ellas te estaban haciendo es un crimen y yo no podía quedarme sentada observando sin hacer nada. Vámonos de aquí.
-¿De qué lado estás, Annie? - Eliza estaba frente a la puerta de salida, impidiéndoles avanzar.
-Del de la justicia, Eliza.
-Me extraña que defiendas a esta huérfana, Annie. Y me inquieta saber las razones que te llevan a hacerlo. Siempre hubo rumores, – Eliza y sus amigas las tenían rodeadas- rumores respecto a tu familia y a ti. Decían que la hija de los Brither había muerto siendo muy pequeña, y tú, eras un débil intento por "sustituirla". Pero parecías tan distinguida y bien educada, siempre esforzándote por encajar.
-"Esforzándome por encajar" – Annie rió con amargura - ¡vaya pérdida de tiempo! Cree lo que quieras Eliza, todos sabemos que eres experta en generar y esparcir rumores, nunca más me preocuparé por encajar o estar a la altura de chicas como ustedes.
-Ya veo, te sacaron del mismo basurero, ¿verdad? – Candy contuvo el aliento, debí intervenir o descubrirían el secreto de Annie.
-Se llama "El Hogar de Pony", y fue mejor escuela que este horrendo colegio.
Al grito de "¡huérfanas, huérfanas!" Annie y Candy abandonaron el comedor. Una vez en la habitación de Candy, Annie le preparó la bañera y la ayudó a escoger un uniforme limpio mientras Candy luchaba por lavar su cabello.
-Ahora que lo saben, no pararán de molestarte, igual que a mí.
-Supongo que estaremos juntas en esto, como en los viejos tiempos. Te extrañé tanto, Candy.
-Yo también te extrañé, Annie.
Hubieran continuado fundidas en aquel tierno abrazo, recordando anécdotas infantiles, de no ser por la religiosa que tocó la puerta de su alcoba.
-Candice, a la oficina de la directora, de inmediato.
-¿Y ahora qué hice?
Caminaba a paso lento con rumbo a la oficina de la directora, temiendo lo peor. Seguramente ya se había enterado del desastre que protagonizara en el comedor hacía un par de horas, y a pesar de que ella había sido la víctima de aquel violento ataque, de alguna forma Eliza retorcería las cosas para hacer creer a la hermana Gray que Candy había tenido la culpa. Y a su vez la directora, presurosa por expulsarla de dicha institución, duplicaría sus horas de castigo, por lo menos.
Pero el verlo ahí, tan hermoso y sonriéndole, borró cualquier panorama pesimista de su mente, y corrió a abrazarlo.
– ¡Albert! ¿Qué haces aquí? ¡Wow, luces tan... elegante! – Albert vestía un elegante traje azul con una corbata de seda. El cabello recogido en una especie de cola de caballo y una elegante insignia en la solapa. Aunque Candy no pudo poner atención a los detalles de la insignia, ya que antes de llegar a él, Albert la había guardado en su bolsillo derecho.
-Es mi disfraz para convivir en sociedad.
-Te queda espectacular. Si las alumnas de este colegio te ven se abalanzaran sobre ti de inmediato.
- Me alegra verte, Candy, pero, ¿no se supone que deberías estar en clase?
–Tuve un problema a la hora del desayuno, y hora debo dirigirme a la oficina de la directora, creo que paso más tiempo ahí que en las aulas. Pero no me has respondido, tú...
Pero Terry se adelantó a ella pronunciando la misma pregunta cuando apareció desde el pasillo opuesto – ¡Albert! Amigo, ¿qué haces aquí?
– ¿Se conocen? – preguntaron los tres al mismo tiempo.
–Ja, ja, ja. –Aquella pregunta que todavía generaba eco en los pasillos le arrancó a Albert una estruendosa carcajada – bueno, ustedes asisten al mismo colegio, misterio resuelto. Candy y yo nos conocemos desde hace muchos años, Terry, en América. Cuando Candy era una pequeña chiquilla dulce y traviesa, creo que las cosas no han cambiado mucho.
–Albert es mi amigo- prosiguió Terry tratando de satisfacer la curiosidad de Candy. – A decir verdad, él fue el responsable de que yo haya terminado en tu habitación la otra noche.
–El hecho de que te hayas emborrachado hasta límites que atentan contra la salud de cualquiera no te exime de responsabilidades, amigo. Con que, Candy es "esa chica", de la que tanto me has hablado.
El rostro de Terry pasó en segundos de su pálido tono inglés habitual, a un rojo encendido que llegaba hasta las orejas. Candy sonreía, le causaba una malsana satisfacción que esta vez fuese Terry quien se sonrojara por su presencia, para variar las cosas, por lo menos una vez.
–Pero no nos has contestado, – Terry trataba de desviar el curso de la conversación – ¿tú qué haces aquí Albert?
–Nada importante. Escuché que estaba disponible una vacante de jardinero en este colegio, y bueno, no quise dejar pasar la oportunidad de hacer el intento. Aunque presiento que a la directora no le inspiró confianza mi cabello largo y gafas oscuras.
– ¿Las cosas no van bien en el zoológico? Amigo si necesitas algo, yo puedo hablar con mi padre. Olvídate de trabajos de jardinero o cosas por el estilo, si algo valora mi padre es la honestidad y la confianza que puedas depositar en las personas, y créeme, tú eres el hombre más confiable que conozco.
–Te lo agradezco Terry, en verdad, pero no, las cosas en el zoológico no van mal, solo no quería quedarme con la duda y hacer el intento; cualquier pensaría que en una institución de tal prestigio el panorama pintaría mejor. En fin, cosas que pasan. ¿Y tú, a dónde vas?
-La directora me mandó a llamar a su oficina, está enamorada de mí pero no se atreve a confesarlo la vieja bruja. Voy a darme a desear y que espere por mí un rato, mientras te acompaño a la salida.
- No, no hace falta. Mejor acompaña a Candy, me parece que ambos tienen el mismo destino. Nos vemos, chicos.
-¿Te veré pronto? – pregunto Candy mientras le daba un abrazo que deseaba durara para siempre.
-Tengo la esperanza de que así será, pequeña.
Caminaron a paso lento un par de metros en tenso silencio. Candy miraba de reojo el maltratado rostro de Terry donde todavía persistían los horribles rastros que había dejado aquella terrible pelea, preguntándose, ¿cómo, a pesar de aquellos moretones, podía lucir increíblemente apuesto?
-Así que, yo soy "esa chica", de la que tanto le has hablado.
- ¡Y cómo no! – Terry trataba de fingir indignación. - Al igual que todos los alumnos insulsos y aburridos de esta respetable institución estaba completamente escandalizado porque se te hubiese permitido ingresar a esta escuela.
- ¡Qué simpático!
- La verdad era que sentía fuerte competencia de tu parte por robarme el título de delincuente estudiantil y el responsable de llevar a la hermana Gray a la tumba por un disgusto. Creo que Albert debería seleccionar mejor a sus amistades.
-Habla por ti, no por mí.
-¡Disculpe usted, señorita! Pero que la haya llamado a la oficina de la directora dudo mucho que haya sido para felicitarla. ¿Ahora qué hiciste?
-Como siempre, no tengo ni la más remota idea. Pero al menos ese llamado me dio la oportunidad de ver a Albert, eso vuelve mejor cualquier día.
-¿Lo quieres mucho, verdad?
-Demasiado. Siempre ha aparecido en los momentos que más lo he necesitado, su presencia la asocio con paz y alegría.
-Me ocurre lo mismo – Terry sonrió- aunque es un tipo bastante reservado, inspira mucha confianza y parece tener siempre la razón, en todo. Tal vez sea cierto lo que Albert dijo, tú y yo tenemos el mismo destino. ¡Ey! ¿Quiere desquiciar a la hermana Gray un poco?
-Me encantaría – respondió Candy con una enorme sonrisa.
-¡Hermana Gray, dichosos los ojos que la ven esta mañana! – Gritó Terry apenas puso un pie en la oficina de la directora, ella lo miraba hastiada. – Candy y yo nos vamos a casar y queremos que usted oficie la ceremonia.
-No seas idiota Terrence, una misa de matrimonio solo fue ser oficiada por un sacerdote.
-Vamos, si todos en esta escuela sabemos que el padre Lauren funciona como un mero adorno en la iglesia, usted es el verdadero mandamás y nuestra boda no se merece menos que ser oficiada por la máxima autoridad. Traeremos el vino de la cava de mi padre, francachela toda la noche y al otro día se cancelarán las clases por resaca crónica.
-Déjate de tonterías Terry y por una vez en tu vida habla con seriedad.
-Estoy hablando con seriedad. Se trata de mi boda, no jugaría con algo tan importante.
- Que ustedes dos se casen sería como desatar los jinetes del Apocalipsis. Así que paren de decir sandeces y que esto termine rápido. Primero tú Candy, tres padres nuestros y cuatro aves marías por lo que sea que hayas hecho que desatara el caos en el comedor. Y ayudarás con los trastes después de la cena, pero no te volverás a ayudar en la hora del desayuno, ya encontraré otro lugar donde colocarte a servir con tu penitencia en el que no ocasiones tanto problema. ¿Algo que comentar?
Considerando sus anteriores castigos, eso no sonaba tan mal.
-No, madre superiora.
- Por otro lado. Tu padre, el señor Andrew, vino a hacerme una petición muy inusual.
- ¿El abuelo William vino? ¿Dónde está?
- Ya se ha retirado, obviamente tenía asuntos más importantes que atender en su visita a esta ciudad. En fin. Ha otorgado su permiso y solicitado que te dejemos salir sin supervisión los domingos. Dice confiar en tu criterio, Dios sabrá el por qué, ya que si me lo preguntan, tú careces de todo criterio y sentido común, pero en fin-No podía creerlo, su corazón parecía que iba a explotar por tanta felicidad, que vinieran los trastes que la directora quisiera, todo valía la pena por aquella libertad- bajo la expresa condición de que si cualquier día regresas después de la hora estipulada ¡aunque sea solo un minuto! Tu derecho a salir será revocado definitivamente. Eso es todo.
-¡Bien! – Terry se puso de pie de un salto – entonces retirémonos a nuestra suite nupcial para celebrar la luna de miel, cariño.
- ¡No he terminado contigo, Terrence! ¡Y por el amor de Dios deja ya de decir sandeces! Puedes retirarte Candy.
-Nos vemos después Pecas, cuando el destino quiera volver a unirnos.
Comentarios
Publicar un comentario