Stravaganza - Capítulo 17
Sábado por la mañana, todas las alumnas dormían en el edificio de las chicas, menos una; una chica rubia con el cabello esponjado y el rostro cubierto de pecas que le quitaba el sueño a la hermana Gray, y a un par de alumnos de aquel antiguo colegio.
Se sentía esperanzada, al igual que Anthony, de que las cosas mejorarían. Que ambos lograrían adaptarse a las nuevas condiciones de sus vidas, y que su amor nunca se acabaría. Ya no existirían los problemas, ni pretexto alguno que la distrajera de cumplir sus obligaciones, que se habían duplicado desde que la hermana Gray le asignara la tarea de ayudarla en su oficina.
Así que a primera hora del sábado se dispuso a no procrastinar más su encomienda, aunque encerrarse en su habitación no era el ambiente más agradable para estudiar, tomó sus libros, cuadernos y lápices, y corrió veloz hasta su refugio personal, la segunda colina de Pony.
Con tantos deberes acumulados, ¿por dónde empezar? Se preguntaba mientras trataba de acomodarse acostada sobre la suave hierba. Al mal paso darle prisa, literatura. "La métrica de los poemas de...un momento, ¿está en Francés?" No tenía ni idea de qué significaba la "métrica" mucho menos sería capaz de encontrarla en un texto cuyo idioma le era totalmente desconocido.
Se dispuso a leerlo, pero a los pocos minutos su mente comenzó a divagar. Tal vez exageró en levantarse antes del alba. Además hacía frío, le apetecía más estar en su cómoda cama, cubierta hasta la cabeza con un par de cobijas calientitas, y... las letras comenzaron a mezclarse frente a sus ojos, y sin poderlo evitar, se quedó dormida.
-Ese libro debe ser sumamente entretenido. – Su voz la despertó, al abrir los ojos, descubrió el rostro de Terry a escasos centímetros del suyo. La impresión provocada por aquella inesperada aparición, combinada con los remanentes de su reciente sueño, provocó que Candy perdiera el equilibrio, cayera sobre sus espaldas, y debido a la inclinación del terreno, comenzara a rodar cuesta abajo. Su accidentada e involuntaria carrera hubiese continuado por lo menos durante veinte metros abajo, de no ser porque Terry la detuvo atrayéndola a sus brazos.
-¡Te atrapé! – expresó antes de comenzar a reírse como un demente.
-¡Suéltame! – se puso de pie de un salto. Él no paraba de reír, y eso la irritaba tanto. - ¡Y ahora por favor, desaparece de aquí, que estoy estudiando!
- Por el sonido tan elevado que producían tus ronquidos me es difícil creerlo.
-Lo sé. Nunca he sido capaz de leer más de dos páginas de un libro sin quedarme dormida. Pero tengo mucho que estudiar, así que por favor te pido que te vayas de aquí.
-Tú y tu insípido noviecito se creen dueños de este lugar. El mismo estúpido reclamo me hizo el día de ayer, alegando estar muy ocupado trabajando en la tierra con sus pequeñas manitas, temía que se le rompiera un brazo debido al esfuerzo. Pero lo que él y tú ignoran, es que desde que ingresé a este maldito colegio, éste ha sido mi lugar favorito para sobrellevar las resacas, y la que tengo que soportar esta mañana, es especialmente difícil.
Así que no pienso irme de aquí, y nada de lo que digas podrá obligarme a hacerlo, ¡pero! Podrías acompañarme.
-¡De ninguna manera! – Recogió todas sus cosas. – Como te dije, tengo muchos pendientes por hacer, y carezco del tiempo y las ganas de ponerme a discutir contigo. Adiós, Terry.
Bajó la colina a paso firme haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para no voltear a verlo, aunque deseaba hacerlo se había hecho la firme promesa, de que, ahora que las cosas con Anthony estaban bien, no daría pie a generar otro conflicto y evitaría cualquier encuentro con Terry, casual, o accidentado. Aunque, como hiciera notar Albert un par de días antes, parecían compartir el mismo destino.
La misa del domingo por la mañana ni siquiera le pareció tan monótona como las anteriores, una hora y sería libre. Se despidió de Anthony y a él tampoco se le veía tan fastidiado por tener que soportar las engorrosas revisiones médicas en casa de los Leagan, en definitiva, ambos se estaban adaptando.
Hizo una breve parada en su dormitorio para cambiarse el lúgubre uniforme dominical por su vestido favorito, ya que la ocasión lo ameritaba. El vestido no tenía nada de espectacular, a decir verdad era bastante sencillo. Rosa pálido, con una falda amplia adornada con encaje, aunque no recordaba que le hubiese quedado tan ajustado a la altura del pecho. Tal vez sus nuevas dimensiones requerían un nuevo guardarropa.
Mientras caminaba con rumbo a la puerta principal luchando contra la incomodidad que le provocaba el ajustado vestido cuyos botones parecían a punto de explotar, se preguntaba cómo hacer para conseguir un nuevo guardarropa. Cuando vivía en el hogar de Pony, la señorita Pony y la hermana María se encargaban de realizar los ajustes necesarios para que su ropa creciera conforme lo hacía ella. Y durante su estadía en la casa Andrew, la tía abuela Elroy siempre se preocupó de que ella luciera por lo menos, remotamente decente y difuminara un poco sus burdos modales, por lo cual la ropa nunca fue un problema.
¿Pero ahora? ¿Escribirle a la tía abuela Elroy pidiéndole algo? Ya se imaginaba su repuesta, ¿escribirle al abuelo Williams y decirle que su pecho había crecido y por eso necesitaba ropa nueva? ¡Jamás! Se moriría de vergüenza. Sería mejor improvisar con los recursos que tuviera a la mano.
Por eso fue que a escasos metros de la puerta de salida, decidió que sería una mejor elección regresar a su cuarto y vestirse de nuevo con el uniforme del colegio, pero al dar la vuelta, se lo encontró de frente.
-¿Miedo a la libertad? - ¿Cómo Terry era capaz de hallar el momento exacto para encontrársela a solas? ¡Oh Dios! Aquel traje azul marino con un corte un tanto casual le queda tan bien, y la mascada de seda que llevaba en el cuello era hermosa, exactamente del mismo color del vestido que ella portaba. ¿Peo en qué estás pensando? Deja de embobarte con su estampa y aléjate de él lo más pronto posible. – ¿O solo extrañas la adrenalina que provoca escaparte del colegio por la puerta trasera?
-No es eso – le contestó tratando de parecer lo más segura posible.
-¡Ah, ya sé! No sabes a dónde ir en esta ciudad. Puedo recomendarte un par de bares, íntimos y bastante tranquilos donde nos la pasaríamos, muy, muy bien.
-Agradezco tus "sugerencias", pero ya tengo planes. Hay un orfanato cerca del zoológico donde trabaja Albert, pensé en ir a darles una mano a las hermanas que lo manejan, será reconfortante para mí. Me siento una completa inútil en esta escuela. Lo único que hago es estudiar y...
–Y dicho de paso no eres muy buena.
– Tal vez no lo sea, pero soy buena ayudando.
– ¿Desperdiciarás tu domingo libre en ir a ayudar a un hospicio en lugar de vagar por los aparadores de Londres y malgastar el dinero de los Andrew?
– ¿Qué compraría? En la escuela me dan comida, uniforme y todos los útiles necesarios para estudiar. No me hace falta nada más.
– Existe algo que se llama vanidad.
–No me interesa impresionar a nadie. –Puso demasiado énfasis en aquellas palabras con el objetivo de dejarle muy en claro a aquel engreído señorito que ella era muy distinta al resto de chicas que asistían a aquel lugar. Terry lucía un tanto desconcertado, a Candy siempre le divertía las pocas veces que era ella quién lograba desestabilizarlo. Tal vez podría fastidiarlo un poco más antes de partir y dejarlo pensando en ella por el resto del día. - ¿Y tú? ¿Tienes algo más interesante que hacer? ¿Por qué no me acompañas?
– ¿Yo?
– ¡Ah, claro! –Objetivo conseguido, o al menos eso pensaba Candy.- Apuesto que no has trabajado un solo día de tu privilegiada vida. Anthony por lo menos se maltrata las manos trabajando en la tierra, pero las tuyas, deben de ser más suaves que la seda de tu mascada.
Con una velocidad que a Candy la tomó por sorpresa se acercó para acariciarle la mejilla.
–No importa qué tan suaves sean tus manos, sino la forma como acaricies con ellas. –Candy se alejó asustada, Terry sonreía–No me compares con un planta rosas. Y para tu información, señorita White, mi padre nunca ha escatimado en esfuerzos ni le ha faltado imaginación a la hora de imponerme castigos por mi mal comportamiento. Me obligó a trabajar extenuantes jornadas como el ayudante de menor rango del herrero, carpintero, jornalero y casi cualquier oficio en el cual él tuviese un conocido. Para serte honesto, yo lo propiciaba. Era más entretenido, y productivo que estar en casa. Así que servir unos cuantos platos de sopa a los niños del orfanato no me asusta. Acepto, te acompaño.
Aquello no se lo esperaba, aunque viniendo de Terry, cualquier reacción de su parte era completamente impredecible.
-Yo...- le faltaban las palabras – yo no creí que...
-¿Qué? ¿No creíste que yo fuera a aceptar y solo estabas alardeando? – La había atrapado, Candy intentó decir algo que la pudiese justificar y sobre todo, impedir que Terry la acompañara, pero él adivinaba sus intenciones y siempre tenía un argumento imposible de refutar - ¿Y ahora pretendes hacerme desistir cuando fuiste tú quién sugirió dicho plan? ¡Vamos, Candy! No te atrevas a matar estas enormes ganas que repentinamente surgieron en mí de ayudar a los demás, además, me vendría bien hacer una buena obra de vez en cuando, ya sabes, los pecados, el infierno y cosas así.
Y ahora qué sé dónde vas a estar, nada ni nadie puede impedirme aparecer en el mismo lugar, o caminar a tu lado.
Así que de eso se trataba. Su extraña forma de hablar, la manera de envolverla. Terry tenía la capacidad innata de desestabilizar a los demás. Ahora sabía hacia dónde se dirigía, y como bien acaba de recalcar, había muy poco que ella pudiese hacer para evitarlo.
-La única forma en la que puedes impedir que te acompañe, sería que optarás por no ir, pero sé que no lo harás, porque realmente quieres ayudar en ese lugar. Así que, deja de resistírteme, Pecas.
- De acuerdo – debía reconocer la derrota, pero procurar minimizar los daños – pero debes prometerme algo.
-¿Qué cosa?
-¡Qué te comportarás! Terry, tú mismo lo acabas de decir, en verdad quiero ayudar en ese lugar, por favor no lo eches a perder. Y, no lo comentes con nadie, sabes que me acarrearías problemas.
-Mmmm – fingió meditarlo un rato – creo que podría hacerlo, ambas cosas, comportarme y guardar el secreto. Con una condición.
Candy tenía miedo de preguntar, pero al parecer era su única opción. – ¿Cuál?
– Que cuando terminemos, tú me acompañes al lugar que yo elija. No pongas esa cara, Pecas, no se trata de ningún intento de seducción, ya te dije que no es divertido molestarte si Anthony no está presente, en realidad necesito que me acompañes a un sitio, ¿tenemos un trato?
Las hermanas que dirigían el orfanato eran duras, pero justas, a diferencia de la hermana Gray. El lugar estaba abarrotado, resultaba evidente que habían acogido en sus instalaciones a más niños de los que se podían encargar. La hermana encargada del comedor miró con desconfianza el elegante atuendo de Terry, y por un momento evaluó si aquel niño rico sería capaz de realizar dichas tareas, pero ayuda era ayuda, y no estaban en condiciones de desperdiciarla.
- Deberás amarrarte ese cabello si quieres ayudarnos con la comida. – Fue el único comentario que la religiosa expresó.
– Toma. - Candy le extendía el listón rosa que segundos antes llevara a modo de pulsera en la mano. - Puedes atar tu cabello con esto.
- ¿Podrías ayudarme?
- Claro, voltéate y, agáchate un poco, eres demasiado alto. – Ató su cabello, era suave y olía muy bien. – Listo. – Terry giró y la tomó por la cintura con ambas manos.
-Lo siento – fingía estar apenado – perdí al equilibrio al girar, tuve que sostenerme de ti – la miraba con intensidad, aquella mirada que aparecía en sus sueños todas las noches – o corría el riesgo de perder el control de mi cuerpo, como ahora.
-¡Si ya terminaron de tontear podrían ponerse ayudar en el comedor que se supone es a lo que vinieron!
Terry se quitó la chaqueta y subió sus mangas. Sus brazos eran fuertes, con músculos bien marcados. Le había callado la boca, debía reconocerlo. Terry distaba mucho de ser el señorito mimado, débil y con escasas habilidades psicomotrices. Cargaba pesadas ollas, le importaba poco manchar su ropa, y servía platos a gran velocidad.
Pero Candy tenía competencia en la tarea de contemplar maravillada aquella masculina estampa. Una pequeña niña sentada en la orilla de la mesa observaba con la boca abierta el bello rostro de Terry; había olvidado su plato de sopa por completo
-Doscientos una.
- ¿Qué?
-Me parece que acabas de conseguir otra admiradora- señaló a la niña, Terry le dedicó un guiño y la pequeña parecía flotar entre las nubes por la emoción.
Pasado el mediodía el comedor se encontraba vacío, solo un montón de platos sucios que Candy se ofreció a lavar. Terry se unió a ella con bastante ligereza. La hermana encargada del comedor insistió en que aquello no era necesario, su ayuda sirviendo la comida ya había sido bastante. Pero Terry le contestó que entre ambos, la tarea sería mucho más rápida. La religiosa les agradeció de nueva cuenta y dijo que le encantaría tenerlos de regreso.
-Ahora debes acompañarme. – Dijo Terry después de colocar el último plato que acaba de secar en la alacena.
-Terry yo...
-¡Lo prometiste Candy, no puedes faltar a tu palabra! Hasta ahora yo he cumplido fielmente con la mía, ¿me comporté, no?
-Mucho mejor de lo que podría haber imaginado.
-¿Entonces? ¿Cumplirás con tu palabra?
-Cumpliré con mi palabra, Terry, te acompaño
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