Stravaganza - Capítulo 18
-¿Se te perdió algo? – Se habían detenido en un pequeño puesto callejero después de que Terry insistiera arduamente en que Candy aceptara su invitación de probar algún dulce de la amplia gama que aquel vendedor ambulante ofrecía. Un hombre se detuvo a comprar al igual que ellos, pero no dejaba de lanzar miradas a Candy sin recato alguno. Sus miradas la incomodaban, aunque no entendía el motivo de aquel inusual interés, pero Terry se había percatado de la situación y no dudó en enfrentarlo. Ante la intimidante actitud de Terry, el sujeto dejó los dulces que fingía comprar de vuelta en el carrito y se marchó.
-Ven aquí – Terry tomó a Candy por los hombros y la giró hasta quedar frente suyo. Desató la mascada de seda que portaba en el cuello y la colocó sobre los hombros de Candy como una especie de chal, atándolo con un nudo al frente. Fue hasta ese momento que Candy logró percatarse de que su ajustado vestido se había roto, seguramente en alguna de las bruscas tareas de ayuda en el orfanato, proporcionándole un involuntario pero atrevido escote. Ahora comprendía el porqué de aquellas miradas inquisitivas de ese hombre, debía llevar un buen rato paseando por las calles de Londres mostrando sus atributos. ¿Y Terry? ¿Desde cuándo se habría dado cuenta? – Cuando era únicamente yo quien disfrutaba del panorama no me molestaba – ahí tenía su respuesta, siempre lo supo – pero esto evitará que termine moliendo a golpes al siguiente sujeto que se le ocurra mirarte. No me pongas esa cara Pecas, sabes que tengo una marcada debilidad por admirarte, y tú cada día te vuelves más renuente a brindarme la oportunidad de hacerlo, no quise dejar escapar ésta oportunidad que el cielo me dio, pensé que era la recompensa merecida por la labor altruista en el orfanato. Y en mi defensa, - besó su mano - es la única atrocidad que he cometido en todo el día.
No podía refutarlo, a lo largo de aquel maravilloso día, Terry se había comportado como lo que realmente era, un caballero.
-¿Me dirás a dónde vamos?- Preguntó cuando reemprendieron la caminata. La ciudad y su bullicio había quedado atrás, el paisaje era dominado por casas antiguas y solitarias, con enormes rejas y horribles gárgolas en lo alto de sus techos que custodiaban celosas aquellas moradas.
-No. Porque huirías de inmediato.
-Me estás asustando.
-Me encanta hacerlo - ¡Dios, esa sonrisa! – Sabes que estoy bromeando, no tienes nada que temer, Candy. Hemos llegado.
Hasta entonces, Candy había estado firmemente convencida de que el máximo estatus en lo que a acumulación de bienes materiales se refería, se lo llevaba la familia Andrew; estaba segura porque Eliza y Neal, instruidos por su madre, no dejaban de adular a la tía abuela Elroy con el propósito de asegurarse parte de la herencia de los Andrew, lo que le hacía suponer que dicha ambición por parte de los hermanos Leagan, se debía a que los Leagan poseían menos recursos económicos que los Andrew. Aunque el comentario de Anthony sugiriendo que su reciente accidente y posterior convalecencia había metido en "aprietos" los fondos económicos de la familia ayudó a que Candy concluyera que la fortuna de los Andrew no era inagotable y que cualquier recurso económico, por muy basto que este pareciera, era finito.
Pero los lujos de la familia Grandchester rayaban en lo obsceno. Ese fue el primer pensamiento que acudió a su mente, sin poderlo frenar a pesar de intentarlo, cuando se encontró de pie frente a la enorme reja del castillo. "Un castillo", el simple hecho de contemplar semejante edificación resultaba bastante impresionante. Pensaba que aquello de que Terry era heredero a un título noble, se trataba más de un chisme aumentado y diseminado por Eliza, que un hecho verdadero que afectara en alguna forma su percepción de aquel muchacho engreído. Pero ahora la realidad la aplastaba de una forma imposible de negar. La familia de Terry pertenecía a la nobleza inglesa, y su estilo de vida lo comprobaba.
Bastaba ver los elaborados detalles del portón principal, las altas torres y hermosos jardines, adornados con preciosas cascadas y monumentales estatuas. El portero de la entrada que recibió a Terry con una actitud casi militar, y el resto de empleados que más que caminar, parecían flotar por los terrenos del castillo, con pasos apurados pero silenciosos y actitud servicial. Y aunque Terry los saludaba con total ligereza y naturalidad, ellos contestaban con la cabeza baja ya que a pesar de que el heredero de los Grandchester era mucho más amable que el resto de la familia, como Candy pronto descubriría, los empleados del castillo nunca olvidaban la aplastante verdad de que se estaban dirigiendo al futuro Duque, y con tal propiedad lo trataban.
Aquel lugar parecía salido de un cuento de hadas, y ella era un princesa, Cenicienta, por supuesto. Con el vestido roto y las manos maltratadas de tanto fregar platos.
Al entrar al castillo, Candy comprendió por qué los empleados caminaban de tal forma, le daba miedo quedarse de pie demasiado tiempo sobre la fina alfombra y maltratarla, pero apoyar su peso contra las paredes tapizadas o estanterías repletas de pequeñas esculturas cuyo valor era imposible calcular, no parecía ser la mejor opción. Al fondo de la pared principal colgaba una enorme pintura con una técnica impecable. Un hombre cano, recio y extremadamente apuesto destacaba en primer plano de aquella obra de arte, sin duda se trataba del padre de Terry. Esa barbilla fuerte, masculina, que marcaba un exquisito contraste con la nariz afilada y mentones prominentes. Mirada adusta, recia, aún en el retrato resultaba intimidante; una elegancia natural, porte recio y una sonrisa de autosatisfacción tan parecida a la que Terry solía lucir después de expresar alguna de sus incomprensibles bromas.
Sentada en una elegante silla con un elaborado respaldo, un poco más abajo del centro del retrato, se encontraba una mujer de mediana edad, de complexión más bien gruesa y rostro que demostraba incomodidad y hastío hacia la vida en general. En las piernas sostenía a una creatura regordeta de uno o dos años, lucía un esponjado y estorboso ropón blanco con un gorro lleno de encajes que hacían juego, era imposible identificar si se trataba de una niña o un varón, y aunque trató de desechar ese pensamiento en cuanto cruzó por su mente, no pudo evitar pensar que aquel infante le recordaba demasiado a un rechoncho y hostil cerdito. De pie, uno a cada lado de su madre, se hallaban retratados dos jovencitos con idénticos rasgos porcinos como el bebé; por fortuna, al menos en esta ocasión la ropa servía de algo, y era posible identificar a una niña de escasos diez años y un jovencito como de trece. Replicaban a la perfección la actitud cansina y molesta de su progenitora.
– ¿Te cautivó el retrato familiar?
– ¿Ellos son tus padres y hermanos?
– Algo así.
– Si es un retrato familiar, ¿por qué no apareces tú?
–Desentonaba. ¿Qué piensas?, dilo.
–Nada... es solo que, a veces la genética puede ser muy selectiva – el comentario le arrancó una honesta carcajada a Terry, tan distinta a aquel sonido hueco y cargado de engreimiento que le escuchó por primera vez en el barco. Estaba conociendo a un Terry más real.
–Acompáñame.
Cruzaron varias puertas y enormes corredores, aquel castillo se parecía más a un laberinto, y Candy se formulaba la pregunta hipotética: ¿si Terry decidiera no dejarme salir, yo sería capaz de encontrar la salida? Aunque en el fondo, muy en el fondo de su mente consciente, sabía que la verdadera pregunta era, ¿querría salir de ahí? La casa estaba completamente vacía de cualquier persona que pudiese considerarse un familiar, algún que otro empleado de servicio, más parecidos a fantasmas acostumbrados a pasar desapercibidos, pero nadie más. Su habitación era la última del ala Oeste.
–Pasa – pero ella dudaba en entrar a la habitación de un joven en una casa tan sola que su propia voz generaba eco, sobre todo si se trataba de "ese joven"– ¿qué ocurre?
–No me parece – aclaró su garganta – correcto.
– ¡Ah, ya entiendo! ¡Ja, ja, ja! Ya te lo dije, Pecas. No es divertido molestarte si no está tu patético novio presente, me quita el placer de ver su rostro enrojecer de rabia y sus débiles manos cerrarse por la frustración. Te doy mi palabra, Candy, me comportaré como un caballero. Primero las damas.
El cuarto parecía como si nadie lo hubiese habitado en mucho tiempo. Aunque se encontraba ordenado a la perfección, con la misma pulcritud que el resto del castillo, no había señales de algún objeto o estilo de decoración particular que indicara que aquel cuarto pertenecía a un chico con una personalidad tan marcada como la de Terry.
Terry se metió debajo de su cama y de algún escondite secreto sacó un libro. Estaba viejo y lucía maltratada por tanto hojearse, cuando volvió a emerger de las profundidades de su cama, tomó asiento sobre ella y le indició a Candy que hiciera lo mismo. Intrigada por su extraño comportamiento, accedió.
–Toma.
"Obras selectas de William Shakespeare", Candy acarició con su mano el título del libro que Terry le extendía.
– Gracias. Pero, ¿por qué?
–Me dijiste que tenías problemas en la clase de literatura, porque no lograbas "agarrarle el gusto a la lectura". No te culpo, hay de libros a libros, y apuesto lo que quieras que los libros escogidos y aprobados para ser estudiados por las señoritas del colegio Real San Pablo deben de ser sosos, aburridos y pretensiosos, como la mayoría de las alumnas que asisten a ese colegio. Pero estas historias, Candy, son – un profundo suspiro antecedió a sus palabras– ¡magistrales! Hermosas, crudas e intensas como la vida misma. Tengo el presentimiento, de que te gustarán, y finalmente podrás superar tu récord de leer más de dos hojas de un libro sin quedarte dormida.
–Gracias – por un par de segundos que parecieron eternos, ambos guardaron silencio, Candy no podía dejar de pensar que Terry era tan hermoso cuando sonreía, cuando sonreía de verdad, pero que lamentablemente (o por fortuna para ella, no podía decidirse) no acostumbraba a sonreír de esa manera muy seguido. "Es una fortuna, para mí", aceptó finalmente, "de otra forma no sería capaz de hacer otra cosa más que observarlo". "Sabes que tengo una marcada debilidad por admirarte", ¿cómo confesarle a Terry que ella sufría de la misma debilidad?
– ¿Te gustaría acompañarme a comer? Antes de tener que regresar a la cárcel esa donde asistimos a estudiar.
Veamos. Tendría que ocultarle a Anthony que en el último momento y sin todavía tener del todo claro el "cómo" Terry se había auto invitado a acompañarla al orfanato, donde, originalmente, ella asistiría para evitarle a Anthony la molestia de que pasara tiempo libre con otra persona (Albert) que no fuera él. Que después de eso habían recorrido medio Londres juntos, que había estado en su casa, en su cuarto, y literalmente en su cama, ¿ahora acompañarlo a comer? – Me encantaría-. ¡Qué más da!
– Pediré que nos preparen algo de comer, en seguida vuelvo.
Comenzó a hojear el libro, para hacer más amena la espera del regreso de Terry. Las hojas estaban llenas de anotaciones, pequeños dibujos al pie de página y cientos de frases subrayadas. El nombre de "Julieta" estaba remarcado decenas de veces, con especial fuerza. Incluso, en el pasaje donde Julieta le declara su amor a Romeo, el nombre de ella se encontraba encerrado en un tímido corazón apenas perceptible debido a que el trazo era sumamente delicado. Eso la hizo sonreír. Terry estaba enamorado de Julieta. O por lo menos del ideal de una chica enamorada, dispuesta a dejarlo todo, incluso su familia e incomprensibles costumbres, por amor.
"Terry", sonrió en la soledad de aquel cuarto, "quién diría que bajo esa fachada de rebelde y despreocupado, seas un romántico". Continuó hojeando aquel maltratado ejemplar con delicadeza y una buena dosis de romanticismo, con cada hoja que pasaba se sentía más cerca de él, que podía conocer sus gustos, aficiones, sus secretos, cosas que Terry jamás se atrevería a decir. Aunque el secreto que estaba a punto de descubrir, la sacudiría.
Escondida entre las últimas hojas del libro, Candy encontró la fotografía de la mujer más hermosa que hubiera visto en toda su vida, aunque cuando la tomó en sus manos para admirarla con detenimiento concluyó que ese rostro ya lo había visto antes. Aquella mirada dulce, rostro de inigualable belleza, y ese característico lunar muy cerca del labio era difícil de olvidar. Estaba segura que se trataba de una cantante o actriz americana muy famosa, recordó que Stear guardaba celosamente, lejos de la vista de la tía abuela, varios afiches que contenían el rostro de aquella hermosa mujer, solía decir que eran su "mayor tesoro". Al voltear la fotografía descubrió una curiosa dedicatoria.
"No importa que tan lejos estemos el uno del otro, siempre te llevo en mi corazón, hijo" Eleonor Baker.
- Hijo...- Candy no pudo cerrar la boca después de pronunciar la "o", el impacto que le había provocado aquel hallazgo no la dejaba ni siquiera hilar una idea coherente en su mente. Eleonor Baker, ahora la recordaba. En efecto, era una actriz muy famosa en Broadway, había protagonizado cientos de obras y su rostro aparecía en los periódicos por lo menos una vez a la semana. Pero nunca ningún reportero había mencionado que ella alguna vez hubiera estado casada o tuviese un hijo.
A menos que, su maternidad fuese un secreto que su propio hijo guardara en el escondite más inaccesible de su habitación. "Mi madre...digamos que no tuvo un papel protagónico en mi vida", la ironía de Terry aquella noche que entró alcoholizado en su habitación cobraba sentido en esos momentos. "¿Ellos son tus padres y hermanos? Algo así", aquella extraña respuesta. El Duque Richard Grandchester sin duda alguna era su padre, pero la mujer del retrato debía de ser su madrastra. Eso explicaba muchas cosas, el mantener a Terry siempre segregado del núcleo familiar, su hermetismo y auto confinamiento, y, por supuesto, la actitud rebelde y desafiante ante su padre y cualquier autoridad.
Explicaba muchas cosas, o por lo menos hacía comprensible la personalidad temeraria e intimidante que seguramente Terry tuvo que forjarse como un mecanismo de protección para ayudarse a sobrevivir. Hasta ese día Candy estaba firmemente convencida, con base en su experiencia personal, que lo más difícil del mundo era no tener una familia, pero, ¿qué tan terrible sería pertenecer a una en la que no te desean?
– ¿Quieres comer aquí o prefieres que almorcemos en el jardín? –La voz de Terry la hizo saltar– la tarde está linda así que.... ¿qué tienes en la mano?
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