Stravaganza - Capítulo 35

 -Candy- por más que trataba de mantener el volumen de su voz en un nivel de decibeles apenas audible, el efecto acústico de aquella abovedada habitación hacía que el sonido de su voz retumbara amplificada, llegando a oídos de todos los estudiantes, de todos menos a los de Candy - ¡Candy! - Anthony volvió a insistir. La bibliotecaria le había lanzada una mirada para nada amigable, si volvía a elevar la voz seguramente lo correría de ahí.

-¡Por aquí! – Finalmente Candy había aparecido detrás de los estantes y arrastrado con ella a su refugio secreto - ¿estás seguro de que quieres hacer esto, Anthony?

-Muy seguro. ¿Tú estás segura de querer ayudarme, sin importar los problemas que esto podría ocasionarte con la tía Abuela Elroy?

-Hace mucho tiempo que perdí la esperanza de convertirme en su nieta favorita, así que, ¿qué más podría pasar? Toma, éste es el libro que te comenté.

-¿Tiene el nombre de todos los puertos de la ruta comercial que solía realizar mi padre? – preguntó Anthony un tanto incrédulo.

-Todos – contestó Candy con firmeza.

-¿Y ahora qué hacemos?

-Comenzar a escribir- contestó ella con una sonrisa con la que pretendía infundirle confianza.

Para media tarde el número de misivas que Anthony apilaba en el último peldaño de la escalera que daba directamente a la biblioteca, ascendía a poco más de tres docenas. Todas decían lo mismo: que era su hijo, qué necesitaba verlo con urgencia, la información de dónde podía encontrarlo en los próximos meses, y lo que más le apuraba, que él necesitaba conocer la verdad, la de antes, la de ahora, porque algo dentro de él le hacía sentir, que todo estaba relacionado.

La pelea con la tía abuela había sido épica, le exigió que le proporcionara los datos necesarios para contactar con su padre, el Capitán Brown. Desde niño habría crecido escuchando una y otra vez que su padre viajaba mucho, que era un gran aventurero, y que estaba demasiado ocupado. ¿Demasiado como para siquiera preocuparse porque su hijo hubiera sufrido un accidente casi fatal? Pero también habían existido rumores dentro de la familia, comentarios insidiosos, esparcidos generalmente por la señora Leagan, de que la tía abuela Elroy jamás había visto con buenos ojos que su amada sobrina hubiera decidido unir su vida a un burdo bucanero. "Ese maldito viaje fue el que la enfermó, y eventualmente la mató", expresó cierta vez la señora Leagan con el poco tacto que la caracterizaba, en una de aquellas tertulias que se gestaban en la casa Andrew donde los caballeros fumaban habanos y hablaban de negocios y las damas se dedicaban a fingir que cuidaban de los niños, mientras destrozaba reputaciones e intercambiaban oscuros secretos familiares, sin tener cuidado de que algún comentario inapropiado llegar a oídos de los niños.

Esa maldita costumbre de los adultos, de dar por sentado que el hecho de que los niños tengan una estatura más baja que la de un adulto promedio, automáticamente los pone fuera de su campo auditivo.

Aquella frase se quedó grabada en la mente y corazón de Anthony por muchos años. ¿Por qué la tía abuela nunca había querido a su padre? Bueno, eso era fácil de imaginar, pocas personas eran dignos del afecto de la aguerrida matriarca Andrew. ¿De qué viaje hablaba la señora Leagan y si era cierto que tuvo como consecuencia la enfermedad y posterior muerte de su madre? Eran preguntas que rondaron por su cabeza durante mucho, muchísimo tiempo. Pero como el nieto ejemplar, amoroso y siempre correcto que era, jamás se atrevió a enfrentar a la tía abuela para buscar una respuesta a aquellas horribles dudas, hasta ahora.

Como consecuencia, solo obtuvo la furia de la señora Elroy, que Eliza la culpara de querer "matarla de un coraje", y ser enviado a América con la expresa instrucción a todo el personal que laboraba en la mansión Andrew, de que ninguno le facilitara el menor detalle o respuesta a las indagaciones que Anthony hiciera, si no querían ser inmediatamente despedidos. Pero esa no era la parte que a Anthony le resultaba extraña, a decir verdad, lo esperaba. Últimamente sus peleas con la tía abuela Elroy eran un elemento recurrente en las interacciones que ambos tenían. Pero al regresar de receso primaveral, la señora Elroy parecía ser otra persona.

Dócil, tolerante y totalmente condescendiente. A pesar de que en aquella infancia, que parecía tan lejana, Stear y Archie siempre se habían quejado de la predilección que la matriarca de los Andrew sentía por él, ésta nunca había llegado al punto de recibir un "sí" a la más absurda de sus peticiones. Y sobre todo, la tía abuela Elroy jamás habría aceptado lo que él sentía por Candy.

Candy... si la actitud de la tía abuela Elroy lo tenía sorprendido, el ver a Candy sentada en la puerta del colegio, como si lo estuviera esperando, lo dejó sin habla. Imposible, en su última "conversación", Candy había dejado muy en claro la decisión tajante de no querer estar con él, y aunque ella lo negara, sabía que dicho cambio tenía nombre y apellido: Terrence Grandchester.

Optó por pasar de largo junto a ella, tratando de controlar toda la rabia que le generaba saber que Candy y Terrence habían estado solos en aquel colegio durante todas las vacaciones, que finalmente lo habían eliminado a él como el único obstáculo que impedía su relación y que seguramente en cualquier momento el imbécil de Grandchester aparecería para hacer alarde del hecho de que Candy lo hubiese preferido.

-Hola, ¿podemos hablar? – de no ser por la leve presión que la pequeña mano de Candy ejerciera sobre su antebrazo, Anthony no habría creído que se dirigía a él.

-¿Y Terrence? – Por un instante deseó no ser tan directo, Candy acababa de decirle lo que él llevaba demasiado tiempo deseando escuchar, que lo amaba y que quería estar con él, ¿entonces por qué no se sentía feliz?

-Terrence no tiene nada que ver en esto, Anthony.

-Te equivocas, Candy. Tiene mucho que ver, ha estado en medio de nosotros como una maldición, desde el principio. Ahora, ¿qué debo esperar?

-Terry nunca fue... real. – Sabía que ella se esforzaba, que realmente trataba de parecer decidida, pero no lograba ocultar su tristeza.- Nunca fue algo, factible, ni mucho menos, benéfico. Pero jamás se trató de él, te lo juro, se trataba de mí, todo esto, me sobrepasó, Anthony y me quebré.

-¿Y qué pasó? ¿Por qué ahora cambiaste de opinión?

-Porque no quiero perderte.

Tenía muchas preguntas, algo no encajaba. Por mucho que le doliera reconocerlo, Candy sentía algo por Terry, algo muy fuerte. Bastaba recordar cómo lo miraba, cómo su lenguaje corporal cambiaba cuando él estaba cerca. ¿Entonces por qué Candy lloraba de esa manera?

Él nunca había soportado verla llorar, y callando todas las preguntas que rondaban en su mente, se limitó a guardar silencio, y tomarla entre sus brazos, para tratar de calmar los violentos temblores de los que ella era presa. Ella era sincera, podía sentirlo, pero entonces, ¿por qué Candy tenía tanto miedo de perderlo?

-¿Y qué más da que haya pasado entre ellos? ¡Si Candy ya decidió que con quién quiere estar es contigo! – le gritó Archie un tanto exasperado cuando en la privacidad de la habitación de los hermanos Corndwell le contó lo sucedido.

-¿Insinúas que debo de quedarme así de tranquilo y aceptar éste cambio radical sin más ni más? 

- ¡Pues sí! Digo, es lo que siempre habías querido, ¿o no? Además Anthony, no hay ningún misterio. Seguramente Grandchester se comportó como el patán, egocéntrico y alcohólico que todos sabemos que es. Y al parecer, Candy se dio cuenta de ello a tiempo. Y ahora finalmente podrá estar juntos, y en paz. ¿Porque están juntos, verdad?

-Le dije que lo pensaría.

-¿Qué? Vaya, si lo que quieres es darle una lección, Anthony, me parece que estás exagerando.

-Es la verdad, Archie, y no lo hago por venganza. Pero, creo que, sin en verdad, ambos, queremos estar juntos, no hay que tomarlo a la ligera, porque eso nos llevará a cometer los mismos errores.

-Hermano, no deberías perder el tiempo en darle vuelta a éste asunto.

-¿Desaprovechar el tiempo? ¿Por qué lo dices?

-Es tu lema, ¿no? – Archie frotaba su cuello con nerviosismo – ya sabes, todo eso de vivir al máximo, aprovechar las oportunidades que nos da la vida, etcétera. Tu renovada filosofía de vida.

-Pues mi renovada filosofía de vida, debería incluir un apartado sobre los riesgos de ser impulsivo.

-No te resistas, tú amas a Candy y ella, te ama a ti. Creo que todo esto no se trató más que un conjunto de duras pruebas para demostrar que su amor es verdadero. El accidente, venir aquí, que apareciera el idiota ese, creo que la vida ha exagerado un poco con sus pruebas, pero ustedes lo han resistido todo. Ya no castigues más a Candy con tu indiferencia.

-No seas melodramático, Archie, no estoy castigando a Candy ni nada que se le parezca. Le pedí tiempo para reorganizar mis ideas, pero eso no quiero decir que quiera mantenerla alejada o no le dirija el habla. Es más, mañana quedamos de vernos, le platiqué la discusión que tuve con la tía abuela y ella se ofreció a ayudarme en mi investigación.

-¿Sigues con la idea de contactar a tu padre?

-Necesito respuestas, Archie, y sólo él me las puede dar. Últimamente siento, como si todo mundo se esforzara en ocultarme la verdad.

Tal vez se estaba volviendo paranoico, pero no podía ignorar el hecho de que mientras que para él las instrucciones habían sido volver de inmediato al colegio, Stear y Archie fueron requeridos en calidad de urgente para una audiencia en privado con la señora Elroy. Cuando trató de interrogarlos sobre el tema del que versó dicha reunión, ambos dieron escuetas y un tanto contradictorias frases respecto a que la tía Abuela les había solicitado recuperar la cordura, retomar el buen camino, y honrar a la familia, optando por cambiar de tema de inmediato.

Con Candy le pasaba algo parecido, ella se mostraba solícita, atenta, empática, su habitual manera de ser, pero ante la menor queja o señal de incomodidad de su parte, incluso cuando expresó tener dolor en la mano por el esfuerzo que implicó escribir tantas cartas, unas alarmas parecieron activarse en su mirada. Trató de desechar la expresión de preocupación de inmediato, pero ahí seguía, mirándolo de soslayo, como si siempre estuviera temiendo lo peor.

¿Tendría que ver ese inexplicable temor con la insistencia de su parte de volver a intentar estar juntos?

Solo había una forma de saberlo, mejor dicho, solo había una persona que podía decírselo, sin rodeos, sin medias tintas y con una buena dosis de odio y desprecio. Terrence Grandchester.

Por eso fue que después de agradecerle a Candy por ayudarlo a encontrar la información que necesitaba, y acompañarla de vuelta a la entrada del edificio que albergaba el dormitorio de las chicas, se dirigió con paso firme a buscarlo.

Fue difícil hallarlo, no se había presentado en clases, como era de esperarse, ni mucho menos a la hora de cenar. Por fortuna, alguien creyó verlo dirigirse hacia un rincón apartado de jardín oeste, no fue difícil adivinar cuál era su destino final, la segunda colina de Pony.

-Necesito hablar contigo, Grandchester.

-¡Vete a la mierda, Brown! – fue su única respuesta y volvió a empinarse la licorera que empuñaba en la mano derecha. Anthony descendió de cuclillas para quedar al mismo nivel de Terry, quien se encontraba sentado al pie del enorme árbol con la vista pérdida en la oscuridad y tomó con fuerza su mano impidiendo que continuar bebiendo.

-¡Necesito saber qué ocurrió entre ustedes dos!

-¿Seguro que quieres conocer todos los detalles? –Deseaba tanto borrarle esa estúpida sonrisa con un golpe que de paso le tumbara los dientes – está bien, tal vez puedas aprender unos cuántos trucos.

-¡No seas idiota! Necesito que me digas qué pasó entre Candy y tú que la llevó a sufrir un cambio tan radical. ¿Qué le hiciste?

- Es curioso, Anthony – dijo tras librarse de su agarre y tragar una buena cantidad de licor – siempre que Candy te cuenta algo, tú insistes en conocer mi versión. ¿Acaso no confías en la mujer que dices amar?

-¡Déjate de tonterías y dime la verdad!

- Resulta que no se me da la gana. Así como no se me da la gana seguir soportando tus lloriqueos absurdos.

-¡De ella lo entiendo, Grandchester! – Gritó Anthony al percatarse de que Terry se disponía a marcharse – Que quiera, ocultar las cosas, fingir que nada ocurre. Pero si tú sabes algo, ¿por qué habrías de ocultármelo?

-Por la misma razón que me contuve de partirte la cara la última vez que nos vimos. ¡Por ella! ¿Qué? ¿Te suena absurdo que amar a alguien implique alejarse de ella? Lo sé – rió con amargura- a mí también.  

Capítulo 34 - Capítulo 36

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