Stravaganza - Capítulo 37

 Se siente bien. Correr junto de ella, tomándola de la mano, se siente tan bien, que ni siquiera le preocupa que aquel elegante, pero incómodo calzado, esté torturando sus pies. Para ella subir corriendo aquella inclinada colina tampoco debe de ser nada fácil, menos, tomando en cuenta las capas y capas de tela que componen su elegante vestido. Luce bellísima y por la sonrisa que se dibuja en su rostro, parece que ni siquiera el peso extra de su ajuar afecta el desempeño de su carrera para, llegar a la cima de la segunda colina de Pony. Pero todo lo bello irremediablemente llega a su fin, y unos pocos metros antes de alcanzar su destino final, Annie se enredó con sus largas faldas, cayendo al suelo, llevándose consigo al chico que la acompañaba, sin dejar de reír.

-Debes de ser la comidilla del baile, Annie. – Candy agradeció poder librarse finalmente de la peluca y el antifaz de Romeo, y volver a darle libertad a su abundante cabellera. En toda su frente había gotas de sudor, el esfuerzo necesario para tratar de mantener un ritmo de trote calmado cuando la risa se apoderaba de todo su ser, debería de ser considerado un deporte extremo– Mira que salir a bailar con otro chico, enfrente de la mira de Archie, ¡qué escándalo!

-¡Lo sé! – Annie seguía botada en el pasto, tomándose su vientre con ambas manos en un mal intento por amortiguar el dolor generado por tanto reírse, girando su cuerpo de un lado a otro - ¡Y la cara de Archie tratando de parecer indignado! ¡Ja, ja, ja, ja! Nunca lo podré superar.

-El honor del elegante americano, desafiado por un perfecto desconocido.

-¡Un perfecto y muy guapo desconocido! La verdad es que causaste revuelo en ese traje de Romeo, Candy. ¡Cuándo Eliza intentó coquetearte para que la sacaras a bailar! No sé cómo pudimos aguantarnos la risa, pero Anthony estaba disfrutando de lo lindo. ¡Éste ha sido por mucho el mejor baile de mi vida!

-¡Y todavía no termina! – Expresó Candy mientras guiñaba el ojo derecho – Ahora, todos estarán preocupados por encontrar al misterioso chico que bailó contigo; así que pienso aprovechar dicha distracción para regresar al baile, pero ahora disfrazada de Julieta, y disfrutar lo que queda del evento con Anthony y con ustedes.

-Es un excelente plan. ¿Necesitarás ayuda para cambiarte?

-Gracias, Annie, pero preferiría que regresaras al baile, seguramente alguna de las hermanas querrá interrogarte acerca de tu misterioso galán de ésta noche.

-Les diré que estoy segura de que ese "chico" no es de éste colegio y que seguramente se trata de algún truhan que se coló al evento desde la calle, buscando conquistar el corazón de alguna acaudalada y crédula estudiante, y que ha jurado regresar con trayendo consigo más amigos de moral dudosa. Eso hará que concentren su atención en examinar el perímetro externo del colegio y que a nadie se le ocurra ir a revisar al cuarto de meditación donde se supone deberías estar.

-Me parece un excelente plan, gracias Annie.

-No tienes nada que agradecerme, Candy. Solo, ¡no demores!

Mientras Annie se dirigía colina abajo, aprovechando la velocidad que le daba a sus pasos la inclinación de la colina, Candy tomó el camino contrario para internarse en lo más alejado de los jardines del San Pablo donde había guardado su segundo ajuar. Las cosas estaban marchando de maravilla, éste baile no hubiera sido tan divertido de haber optado por la vía normal (y legal) para asistir, pero aunque todo estaba saliendo de maravilla, Candy no podía alejar de sí la sensación de haber sido descubierta, como si alguien la siguiera a cada paso que daba y esperara el menor error de su parte para ponerle las manos encina. El ruido generado por el vuelo de alguna pequeña ave, el crujir de las ramas al pasar sobre ellas, la ponía alerta, así que en un burdo intento por confundir a su imaginario perseguidor, decidió tomar el camino más difícil hacia su guarida secreta, nadie, a menos que fuese capaz de leerle la mente, podría llegar hasta dicho escondite.

Sacó la caja que contenía el vestido de Julieta de en medio de un tronco ahuecado, lamentaba el hecho de tener que deshacerse de aquellos cómodos pantalones y no le hacía ilusión la idea de sentirse asfixiada dentro de aquel hermoso, pero fastidioso corsé. El sol se pondría en cualquier momento y un aire frío comenzaba a correr, en aquel momento Candy se lamentó no haber hecho una parada técnica en su habitación por los interiores adecuados para utilizar dicho vestido ya que solo contaba con un pequeño y delgado camisón que no le brindaba mucho refugio contra el viento aquella fría tarde, pero bueno, la logística de su atuendo anterior la habían obligado a utilizar la menor cantidad de interiores posibles, ya que no estaba bien visto que un señorito de sociedad luciera enaguas abultadas.

Después de luchar un poco contra las sobrefaldas y crinolinas, logró acomodar el vestido, pero ahora se encontraba con la difícil (casi imposible tarea) de lograr que aquellas cintas de seda pasaran por el sinnúmero de ojales de aquel precioso corsé bordado.

Debería der ser un contorsionista de circo para poder hacerlo ella sola, por más que doblaba sus brazos para alcanzar su espalda, solo lograba dar vueltas en el mismo lugar. En definitiva tendría que buscar a Annie para que la ayudara, ¿pero cómo hacerlo con el vestido a medio poner y gran parte de su espalda desnuda? Tal vez si...

-Parece que tienes muchos problemas con eso.- No podía ser cierto. Nadie sería capaz de seguirla hasta aquel escondite a menos que fuera capaz de leerle la mente, pero ya en otras ocasiones había tenido la ligera sospecha de que Terry era capaz de adivinar cada uno de sus pensamientos.

-Terry... -giró la vista al cielo siguiendo el sonido de su voz - ¿cuánto...cuánto tiempo llevas ahí?

-El suficiente para no perderme ningún detalle del espectáculo. – Contestó el aludido desde la comodidad de la rama del árbol donde se encontraba sentado.

-¿Me estabas viendo?

-Te vi pero no te miré. Además, pecas, no vi nada que no hubiese visto antes- descendió del árbol dando un salto– en mis sueños – le dedicó una sonrisa perversa- aunque en mis sueños jamás tuviste tantos problemas para vestirte con alta costura, a decir verdad, generalmente haces el proceso inverso a lo que tratas de lograr ahora. – Ella intentó objetar ante tan inapropiado comentario pero antes de hacerlo Terry la tomó por los hombros y la obligó a girar – date la vuelta, te ayudaré con eso.

-¿Tú?

-Confía en mí Candy – Le dio un pequeño beso en su hombro desnudo – digamos que me defiendo bien en la encantadora tarea de quitar y poner prendas femeninas. – Candy no pudo evitar arder en celos ante tan irreverente confesión.

Con mucho cuidado deslizó las finas cintas de seda entre los ojillos del rígido corsé, ejerciendo la presión necesaria para que la estructura quedara perfectamente ceñida alrededor de la breve cintura de Candy. Ella sentía estar cerca del desmayo cada vez que debido a las maniobras que Terry realizaba al luchar contra tan engorrosa prenda, los dedos de él rozaban sin querer (o tal vez no) su espalda desnuda, cada uno de los vellos de su espalda se elevaban como si fueran una especie de diminutos brazos que suplicaran su cercanía.

-Veamos – rodeó la cintura de Candy con ambas manos, casi abarcaba la circunferencia de ésta en su totalidad, comprobando que no quedara ningún espacio vacío entre la prenda y ella- creo que está todo listo.

-Gracias, Terry – y de inmediato trató de alejarse. Ya no podía soportar más su olor, sus manos que parecía irradiar calor, el sonido de su voz muy cerca de su oído que era capaz de sentir como las ondas sonoras que emitían sus cuerdas vocales, se estrellaban contra la piel de su nuca, Terry la hipnotizaba, y sabía que de seguir más tiempo a su lado, la brecha que dividía lo que estaba bien de lo que estaba mal, comenzaría a borrarse.

- No, por favor mi cielo – la atrajo de nueva cuenta hacia él, tanto que fue capaz de hundir su nariz en aquella amada cabellera rubia y deleitarse en el olor de su cabello – no te vayas todavía Candy, creo que me merezco algo en agradecimiento por haberte ayudado. No pido mucho, solo un baile.

- ¿Un baile? –Candy se esforzaba tratando de encontrar la lógica en medio de aquella situación surrealista- Pero no hay música.

-Sí hay – la giró para mirarla frente a frente – con mucho cuidado, la dirigió hasta que el oído derecho de Candy quedó asentado sobre su pecho. Sí había música, Terry tenía razón. El poderoso "dum" de su corazón que latía cada vez más deprisa debido a la emoción que le provocaba la cercanía de ella, era la música más hermosa que había escuchado, música primitiva, la que vibraba en el universo, que te invitaba ejecutar un baile muy especial, la danza del amor.

Con Terry todos sus sentidos resultaban afectados, se perdían los límites de uno y otro. Se sentía capaz de "oler" las flores, "escuchar" su aroma, "acariciar el tiempo", que parecía eterno, mientras ella siguiera girando en medio de aquellos amados y confortables brazos.

De repente Terry se detuvo, la tomó por la barbilla girándola hacia él. Candy tenía sus ojos cerrados, pero aún así era capaz de verlo acercar sus labios hacia los de ella, en busca de ese ansiado beso que ella deseaba tanto como él, pero antes de que aquellos hermosos labios se posaran sobre los suyos, ella giró su rostro y se alejó de él.

-No, Terry, basta, por favor.

-¿Por qué no, Candy? – Aquella suplica salía directo de su corazón – Si ambos sabemos que tú lo deseas, tanto como yo.

- Sabes por qué no.

Terry lanzó un par de puñetazos al aire, pero de inmediato se obligó a volver a conservar la calma – Lo sé – resopló – pero no me pidas que lo entienda. No me pidas que entienda, ¡que acepte el hecho de que debo de renunciar a ti por procurar el bienestar de un tipo que me desprecia!

Si al menos el asunto se tratara de ti, si tú no me amarás, o si hubieras dejado de hacerlo por culpa de alguna de las estupideces que acostumbro a realizar. ¡Pero tú todavía me amas, Candy, puedo sentirlo! Puedo verlo, ¡por Dios hasta tus amigos pueden verlo! Y Anthony sería muy idiota si no se da cuenta de que estás con él ¡por lástima!

-¡No estoy con él por lástima! Y no vuelvas a insultarlo.

-¡De acuerdo! No estás con él por lástima, estás con él por miedo a que pueda morir en cualquier momento. Y porque absurdamente crees que si eso llegara a ocurrir, sería responsabilidad tuya.

-¡Cállate! ¡No vuelvas a repetir eso o...!

-¿O qué? ¿Me vas a dejar? ¿Me vas a arrancar el corazón con tus manos y arrojarlo a la basura? ¿Adivina qué, Candy? Ya lo hiciste, en el momento en que decidiste ser tan cobarde para renunciar a lo nuestro.

-¿Y qué querías qué hiciera, Terry? O específicamente por qué es por lo que debería de luchar. ¿Por continuar viéndonos a escondidas éste par de meses que nos quedan del año escolar y después quedarme de brazos cruzados viendo que te marchas? ¿O por aspirar a convertirme en tu amante cuando tú te cases con una de esas niñas ricas que pelean por conseguir tu apellido?, porque lo aceptes o no tu padre ya ha decidido tu futuro y eso tú no lo puedes cambiar.

-¡Claro que puedo! Claro que podemos, pero solo si estamos juntos. Candy, te lo ruego. Sé que en éste momento las cosas parecen demasiado difíciles, pero estoy seguro de que podremos encontrar una salida, una luz al final de todo éste horror. De que podremos ser felices, como nunca hemos sido, porque nos lo merecemos Candy, merecemos ser felices.

-Suena muy lindo todo eso Terry – tomó la peluca pelirroja del disfraz de Julieta y comenzó a acomodar su cabello dentro de ella – pero es imposible. Debes de aceptar tu destino, y yo el mío.

-¿Es todo? – Le gritó Terry al ver que Candy se alejaba - ¿Así de fácil das por terminado todo esto?

-Esto nunca debió de empezar, Terry. – Y antes de ver su voluntad quebrada, emprendió la carrera de vuelta al baile, con la vaga esperanza de que el viento se llevara sus lágrimas.

Anthony quedó con la boca abierta al verla llegar. No dejaba de repetirle cuan hermosa se veía mientras la llevaba de la mano al centro de la pista de baile. La orquesta comenzó a tocar una dulce melodía que le recordaba a Candy viejos tiempos. Anthony lucía una enorme sonrisa, estaba feliz y Candy deseó sentirse contagiada de dicha felicidad, pero al toparse con la mirada de Terry que los observaba recargado en un pilar del salón, sintió que el corazón se le encogía.

No podía soportarlo más, y sintiéndose terriblemente cobarde, recargó su rostro en el pecho de Anthony. Él se sorprendió ante tan inesperado gesto y sonrió. Pero lo que Anthony interpretó como una demostración de afecto, en realidad se trataba de un desesperado intento por parte de Candy para ocultar las lágrimas que no dejaban de brotar de sus ojos. 

Capítulo 36 - Capítulo 38

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