Stravaganza - Capítulo 38

 -Anthony te lo suplico, por favor, trata de tranquilizarte.

-¡No puedo, Candy! ¡Estoy furioso! –Anthony lanzaba violentos puñetazos al aire - Mira que jugar de esa manera, conmigo, - se llevó las manos al pecho para enfatizar su dolor - ¡me repugna!

-Escúchame, Anthony, nadie está jugando contigo.

-¿Entonces cómo el llamas a esto, Candy? ¿Una coincidencia? ¿Otra vez estoy malinterpretando las cosas? No Candy, ya me cansé de que todo mundo pretenda tratarme como un idiota. Esto no se trata de ninguna coincidencia, no es más que una vil traición, ¡una burla!

-Anthony – Candy inhaló con mucha calma tratando de recargar energías, llevaban horas discutiendo acerca de lo mismo y la furia de Anthony en lugar de disminuir, continuaba en aumento. Por poco se le escapa una sonrisa cuando por su mente cruzo el pensamiento de que tal vez aquello le resultaba tan cansado porque "estaba fuera de práctica en eso de las peleas".

Después del festival de mayo, ellos no habían vuelto a discutir ni una sola vez, a decir verdad, todo entre ellos iba de maravilla, o por lo menos esa era la impresión que Anthony tenía; pero lo que él ignoraba, era que todas las noches antes de dormir, Candy se quedaba por mucho tiempo de pie en la oscuridad de su cuarto, con la vista clavada en la habitación que quedaba enfrente de la suya, y lloraba.

La ausencia de Terry en su vida todavía le pesaba, y mucho. Aunque últimamente lo veía cada vez con menor frecuencia, su corazón no dejaba de acelerarse y atesorar esas mínimas ocasiones en que era capaz de vislumbrarlo, aunque sea por un instante. Ella no volvió a aparecerse en las asesorías nocturnas, no se sentía capaz de mantener la calma con su cercanía, pero a veces, a mitad de una clase, mientras estudiaban algún problema matemático, recitaban un poema o estudiaban sobre tal o cual hecho histórico de trascendencia, el recuerdo de Terry ayudándola a comprender ese mismo hecho, sus pacientes explicaciones y la preciosa sonrisa que le dedicaba cuando ella lograba encontrar la solución al problema, un par de lágrimas se escapaban de sus ojos sin poderlo evitar.

Su recuerdo seguía causando mella en ella, la sensación que habían dejado en sus labios aquellos besos, el olor de su perfume, el timbre de su voz, la atacaban por las noches en medio de sueños y la hacían despertar sobresaltada, con el pulso acelerado y un extraño calor recorriendo todo su cuerpo. Ese recuerdo que le hacía imposible soportar la cercanía de Anthony, quien día con día intentaba avanzar en terrenos amorosos y era recibido con un gélido rechazo de parte de ella alegando que "todavía necesitaba tiempo". Sin saber cuánto tiempo más podía sostener dicha farsa.

Pero ésta vez la furia de Anthony no tenía nada que ver con ella, ni siquiera con Terry. Y aunque Candy se esforzaba en tranquilizarlo y minimizar el asunto, tratando de convencerlo de que se trataba de una extraña y nada mal venida "coincidencia", en el fondo sabía que Anthony tenía razón.

Al terminar la temporada de exámenes, dos semanas antes de que concluyera oficialmente el ciclo escolar, la tía abuela Elroy se había presentado en el colegio San Pablo solicitando una cita con la directora del lugar. Mientras Anthony, Stear y Archie conversaban sobre lo ansiosos que estaban de hacer sus maletas y disfrutar todo el verano en la casa Andrew, incluso llegaron a jurarle a Candy que se escaparían para ir a visitarla al Hogar de Pony donde ella planeaba pasar su verano y que la ayudarían con los arreglos que necesitara aquel lugar, la Señora Elroy y la hermana Grey discutían acerca de las calificaciones de Anthony, que si bien no resultaban alarmantes, estaban muy por debajo de su habitual desempeño académico del muchacho, y ambas acordaron que lo mejor sería que Anthony acudiera al curso de verano que la escuela impartía en sus instalaciones de Escocia, y de paso, también le solicitó a la directora que inscribiera a sus primos, los hermanos Corndwall. Ninguno requeriría hospedarse de tiempo completo en las instalaciones del colegio, la familia Andrew tenía una elegante propiedad en aquellas tierras, pero agradecería que los mantuviera lo más ocupados posibles.

Archie no pudo evitar poner cara de fastidio al descubrir que sus planes para pasar un tranquilo y divertido verano en tierras americanas, se esfumaban, así como Stear no pudo disimular ese dejo de alegría que se gestaba en su corazón, dado que los padres de Patty también la habían inscrito a dicho curso debido a que la salud de su madre requería que viajaran todo el tiempo en busca de su tratamiento y no querían que Patty regresara a Florida a una casa vacía. Pero Anthony, Anthony estaba furioso.

Él sabía que la cuestión de las calificaciones solo era una excusa absurda para mantenerlo alejado de América. Anthony le había escrito a su padre un par de meses atrás, pidiéndole verse en verano en la casa Andrew, el hecho de que el capitán Brown lograra recibir alguna de esas cartas representaría por sí mismo un auténtico milagro, como para que encima él estuviera en un punto de la tierra diametralmente opuesto.

-Iré el domingo a ver a la abuela, no me daré por vencido así de fácil. ¿Irás conmigo?

Candy ya sabía, incluso antes de emitir una sola palabra, que su plan dominical no mejoraría el humor de Anthony, pero estaba decidida a contárselo – Tenía planeado ir a ver a Albert éste domingo, lo noté algo extraño la última vez que lo vi, como si estuviera tramando algo, y eso me tiene preocupada.

-Me quedan muy claras tus prioridades.

-Anthony, no lo tomes así. Podría acompañarte si insistes en ello, pero a decir verdad, dudo mucho que mi compañía te sirva la ayuda en tu plática con la señora Elroy, al contrario, verme a mí lo único que lograría sería enojarla todavía más.

-Tienes razón, lo siento, - tomó su mano para besarla - no pienso con claridad en estos momentos. Disfruta tu domingo Candy, y nos vemos por la tarde para conversar.

– ¡Muchas felicidades Candy, estás notas son impresionantes! – Albert miraba lleno de orgullo el boletín de calificaciones que Candy le había pasado con mucha timidez; ella estaba roja de pena, pero con el corazón lleno de alegría ante la grata expresión que se dibujaba en el rostro de su amigo. Y aunque ella estaba plenamente consciente de que el cariño que Albert siempre le había brindado era incondicional, el haber aprobado el ciclo escolar con mejores calificaciones de las que cualquiera habría pronosticado a iniciar el año escolar, la hacían sentir orgullosa por no haber defraudado la confianza que su amigo siempre tuvo en ella.

– No es para tanto Albert, -trató de restarle importancia al asunto - hay por lo menos diez chicas en el salón con calificaciones mejores a estas.

–Tal vez, Candy, pero esas diez chicas que tienen mejores calificaciones que las tuyas y las otras tantas con notas menores, han estudiado toda su vida en internados o con tutores privados, mientras que para ti, prácticamente éste fue el primer año que estudias a un nivel tan alto y los resultados fueron mucho mejor de lo que tú misma esperabas. No tienes idea de cuánto me alegra ver esto, pequeña.

–Gracias, Albert.

–Estoy muy orgulloso de ti, Candy, por todo el esfuerzo y dedicación que le pusiste a la escuela a pesar de todos los obstáculos que tuviste en el camino. Pero siendo honesto, me está matando la curiosidad por saber cuál fue la expresión de Terry cuando le mostraste tus notas.

-No me atreví a hacerlo.

-¿Por qué?

-No lo sé – elevó los hombros – simplemente no lo creí necesario.

-Candy, Terry te ayudó a conseguir estas notas. Lo menos que se merece es saber que todas esas noches de desvelo ayudándote a estudiar dieron excelentes resultados. Se lo merece.

-No creo que para él signifique gran cosa.

-Deberías hacerlo, créeme. –Albert suspiró ante a testarudez de Candy y decidió cambiar de tema a comprender que toda la situación con Terry todavía la afectaba, y demasiado. –Supongo que estás ansiosa por ir a mostrarle tus magníficas notas a la señorita Pony y la hermana María. ¿Cuándo partes a América?

–Todavía quedan dos semana más de clases.

– ¿Por qué no te noto entusiasmada por viajar a hogar de Pony? – Preguntó Albert cada vez más intrigado.

– Sí lo estoy, las extraño montones, muero de ganas por escapar de estos fríos muros y disfrutar de la libertad en la verdadera colina de Pony. Pero, el colegio brinda una escuela de verano, y, me hubiese gustado asistir.

- ¿Tan grande es tu amor por el estudio?

- Me falta todavía mucho para poder estar a la par de las demás estudiantes, Albert. Además, el siguiente año escolar Terry ya no estará – sus ojos se tornaban acuosos – deberé defenderme por mi cuenta. Y según tengo entendido, el ambiente veraniego no está tan mal. Patty también asistirá y...

–Anthony los demás seguramente pasarán el verano en la casa Andrew.

– ¿Cómo es que tú sabías que los Andrew tienen una casa en Escocia?

–Recuerda que trabajaba por esos rumbos y uno aprende a prestar buen oído a los secretos. Los ancestros de los Andrew son originarios de Escocia, y según cuentan, una rama de los Grandchester comparten la misma procedencia. Dime la verdad Candy, ¿quieres ir a Escocia porque crees que es la última oportunidad que tienes de ver a Terry?

–No. Albert, yo ni siquiera sabía que la familia de Terry tiene sus orígenes en esas tierras, te lo juro.

– ¿Entonces, por qué quieres ir?

– Por conocer. Y sí, en parte Terry tiene que ver con eso pero como estás pensando. No sé cómo explicártelo.

– Inténtalo.

– Albert, cuando yo era pequeña, ni siquiera me pasaba por la mente a idea de que existiera algo más allá de las verdes colinas del Hogar de Pony, ciudades, países, el mar. Y no pensaba en ello sencillamente porque no me hacía falta. Creí que mi vida siempre sería así, que siempre estaría con ellas en aquellos hermosos campos. Pero ahora, mi niñez parce algo tan distante en el tiempo y el espacio.

Este año he descubierto que cada país, cada ciudad, parece un mundo diferente. Al igual que las personas y que cada uno de ellos es un abanico abierto de posibilidades. Sé que todos piensan que Terry es una pésima influencia, pero la verdad es que conmigo ha sido todo lo contrario. Más allá de ayudarme a obtener mejores notas, su manera peculiar de ver y afrontar las cosas me hizo...

– ¿Cuestionártelo todo?

– Sí.

– Mira Candy, yo no creo que Terry sea una pésima influencia, él, él solo da lo que recibe. Y tal vez tú le hayas cambiado la manera de ver y afrontar las cosas tanto como él a ti.

– Cuando Terry hablaba de lugares, de experiencias, yo solía pensar que para alguien que nace con todos los privilegios que te otorga ser miembro de la nobleza, era fácil hablar sobre viajar y aprender. Pero también estás tú, Albert. Tú que dejas todo sin pensarlo y con una mochila al hombro te lanzas a la aventura PORQUE SABES QUE ERES CAPAZ.

Yo no creía ser capaz de nada, Albert. Y ahora creo y quiero llegar a ser algo más que la chica que limpia los establos como me llama Eliza, porque ahora sé que puedo. Aún no sé qué quiero hacer, hacia donde ir, pero sé que si me enfoco podré lograrlo.

– Y conocer cosas nuevas puede ayudarte a descubrirlo. Concuerdo con Terry; eres capaz de lograr todo lo que te propongas, y sí, Candy. Conocer y sobre todo vivir nuevas experiencias, te ayudará a encontrar tu camino.

– El problema es que para poder asistir a la escuela de verano necesito la autorización del Abuelo Williams, le he escrito pero dudo que la carta y su respuesta lleguen a tiempo para partir. A estas alturas del ciclo escolar ya debe haberse olvidado de que existo.

–Ten fe Candy, cuando pides las cosas por los motivos adecuados, la vida siempre te lo concede. 

-¿Te veré cuando regrese? Prométemelo, Albert. – Candy se aferraba a ese enorme pecho que no era capaz de abarcar con sus brazos. No solo Terry la dejaría, sentía que Albert también y deseaba con todas sus fuerzas que eso no ocurriera.

-Sabes que no tienes que preocuparte por eso, cuando más me necesites, puedes estar segura de que ahí estaré.

Albert insistía en que debía hablar con Terry, ¿pero qué decirle? ¿Darle las gracias y adiós para siempre? Sonaba ridículo. Si por lo menos pudiera darle algo que le demostrara su gratitud y al mismo tiempo pudiera hacer que él siguiera acordándose de ella. "Ese es un pensamiento muy egoísta, Candy", se autoreclamó. Tal vez, pero deseaba tanto que Terry, a donde sea que fuera, siguiera acordándose de ella, porque estaba segura que ella no sería capaz de olvidarlo jamás. ¿Pero qué? ¿Qué obsequiarle, con sus limitados fondos económicos, que fuera digno para el hijo de un Duque? Parecía imposible, pero a salir de zoológico, un destello plateado en el puesto de un vendedor llamó su atención.

-¿La amas? – Le había preguntado Albert la tarde anterior, cuando acudió a él buscando consejo. 

-Con toda el alma – le contestó.

-Entonces tienes que decírselo, Terry.

-¿Y para qué? Si ella está decidida a sacrificar su vida, y nuestro amor, por no romper la burbuja de perfección que todos se esfuerzan por mantener en la vida de ese idiota. Lo siento Albert, sé que es tu amigo pero es que no concibo que todos lo traten como si tuviera tres años y no fuese capaz de afrontar las cosas como un hombre, sea lo que sea. Y estoy seguro de que él lo sabe, o por lo menos lo sospecha, y se aprovecha de todo esto.

-Ya te he dicho, Terry, que no puedes controlar las acciones de los demás, solo las tuyas.

-¿Entonces crees que debería quedarme y luchar por ella?

-Críticas a Candy por sacrificar su vida en beneficio de alguien más y tú pretendes hacer lo mismo. Una cosa no tiene nada que ver con la otra, Terry. Vive tu vida, alcanza tus sueños, y si el amor que se tienen Candy y tú es verdadero, siempre se encontrarán. Pero siempre será más fácil que ustedes en vuelvan a encontrar en un futuro que hayas forjado tú, a uno que te haya impuesto tu padre.

Solo recuerda Terry, nunca hay que dejar pasar las oportunidades de decir adiós, ni decir "te amo".

"Iré a buscarla", pensó, "que importa que vuelva a decirme que no, ella debe saber que nada ni nadie hará que deje de amarla", pero cuando se disponía a darle la última calada a su cigarrillo para armarse de valor, una pequeña mano se lo impidió arrebatándole el cigarro y arrojándolo al piso.

-¡Qué horrible vicio ese que tienes!

-¡Candy! – Terry miraba divertido como la rubia molía el cigarrillo contra el césped poniendo todo el peso de su cuerpo sobre su pequeño pie.

-Sabía que te encontraría aquí – expresó cuando finalmente quedó satisfecha de que el tabaco hubiera quedado combinado con el césped, tomó asiento junto a él en la segunda colina de Pony.

-¿Y por qué me estabas buscando?

-Albert cree que debía enseñarte esto – extendió la boleta por el lado de su brazo derecho sin atreverse a mirarlo a los ojos – dijo que era lo justo.

Terry desdobló con cuidado aquel papel, y después de un par de minutos que le tomó asociar los números con su significado, expresó: – Felicidades, Candy. Te lo mereces. Trabajaste muy duro por todos estos meses y me alegra saber que todo tu esfuerzo ha rendido excelentes frutos. 

-Sabes que sin tu ayuda no lo hubiera logrado.

-No te restes méritos, Candy.

-Ni tu tampoco. En verdad, muchísimas gracias, Terry. Por todo, sé –luchó contra el nudo que se formada en su garganta – sé que el siguiente ciclo escolar no te veré, pero prometo no defraudarte.

– Todavía podemos vernos.- Giró su rostro para obligarla a que lo mirara a los ojos- El colegio San Pablo ofrece una escuela de verano en la villa de Escocia, dan clases y demás actividades, pero el ambiente es más relajado.

– ¿Tu irás?

– A la escuela como tal, no. Mis adorables medios hermanos pasan el verano en Londres, como mi madrastra me considera una pésima influencia para sus mimados engendritos, me quiere lejos de aquí. Me recluirán en el castillo de Escocia durante todo el verano, y después de eso, me iré.

– ¿Otro castillo? ¿Acaso a tu padre le obsequiaban castillos cada cumpleaños cuando era niño?

– Ja, ja, ja. Algo así. Me gustaría verte por allá. –Le acomodó un rizo dorado detrás de su oreja - De no ser así, solo quiero que sepas que me encantó conocerte, Candy.

–Toma. – Sus manos temblaban cuando le extendió la armónica que había adquirido a las afueras del zoológico - Es solo un pequeño detalle para...para agradecerte por tu ayuda. Pedí que le grabaran tus iniciales.

– ¿Una armónica?

– Lo sé, es una tontería. Es un tanto difícil regalarle algo a una persona que lo tiene todo. Es barata y sencilla pero...

–No, no, no. No pienses que me refiero a eso, solo me preguntaba ¿por qué una armónica?

– Bueno, espero que cada vez que tengas deseos de continuar con ese feo vicio tuyo de fumar, mejor recurras a tocar la armónica y... te recuerde a mí.

– Me recuerde a ti. Suena mucho mejor que un cigarro. Gracias. ¿Te veré en Escocia?

– No lo sé, no es algo que pueda decidir yo sola. Pero Albert dice que si pides las cosas con fe, se te conceden, así que lo intentaré. Nos vemos, (o tal vez no, pensó) Terry.

Emprendió el camino cuesta abajo tan rápido como para evitar un arrepentimiento. Terry comenzó a tocar en la armónica una dulce y triste melodía, un justo final, pata una historia que nunca debió de haber empezado. Una buena despedida, el adiós definitivo. El siguiente ciclo escolar Terry tomaría su camino y ella el suyo, ya no sería víctima de sus comentarios mordaces, ya no lo acosaría por los pasillos del San Pablo, ya nunca volvería a escuchar su risa, a deleitarse con su aroma, a sentir el calor de sus brazos, ni lo volvería a ver, nunca más.

Como impulsadas por voluntad propia, sus piernas emprendieron la carrera de vuelta a la cima de la colina y comenzó a besarlo.

Capítulo 37 - Capítulo 39

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