Stravaganza - Capítulo 39
Escocia se levantaba verde e imponente para recibir a los alumnos del colegio San Pablo. Conforme el tren avanzaba su marcha, el sonido de las gaitas, el olor a leña quemada, inundaban los sentidos de Candy quien no podía apartar su rostro de la ventana de aquel elegante vagón de pasajeros. Comenzaban a aparecer, cada vez con mayor frecuencia, pequeñas y pintorescas casitas en la cima de las colinas. Niños pequeños, que pasaban la tarde pastoreando rebaños, saludaban efusivos a Candy, Stear, Archie, Patty y a una pletórica Annie quien todavía no asimilaba la buena fortuna de que apenas un par de horas antes de que los alumnos del San Pablo partieran rumbo a la estación del tren, la hermana Gray la llamara a la oficina para informarle que sus padres finalmente habían dado la autorización para que ella viajara también.
Los chicos todavía seguían comentando, mejor dicho, molestando a Stear, por el hecho de que en la última parada del tren, un par de estaciones atrás, cuando se les permitió a los alumnos bajar a estirar las piernas por un breve periodo de diez minutos, una joven campesina, bastante bonita, se había atrevido a acercarse a Stear para obsequiarle una pequeña pieza de queso fresco. El aludido se quedó boquiabierto, algo bastante típico de Stear, pero cuando Anthony y Archie comenzaron a reír, enrojeció hasta las orejas.
Todavía conservaba gran parte de ese rubor, aumentado por la indignación que dicho gesto "tan atrevido" provocara en Patty. Pero Candy pensó para sus adentros, que Patty no podía culpar a la joven campesina, cuando cualquiera que prestara un poco de atención sería capaz de notar que debajo de esos anteojos de intelectual y de la actitud tímida, había un joven muy, muy apuesto. Stear había crecido por lo menos unos siete centímetros de estatura en el último año, ensanchado la circunferencia de su espalda y su tono de voz se había vuelto mucho más grave. Se le notaba más relajado y muy, muy enamorado. Dicen que el amor te hace lucir más bello, tal vez era cierto, porque mientras tomaba la mano de Patty, ambos sentados en los asientos frente al de Candy, lucía arrebatadoramente apuesto.
Archie siempre le había parecido a Candy casi casi "irreal". Con sus finas facciones y sus elegantes modales, cada gesto parecía una pose de algún cuadro renacentista. Pero últimamente había adquirido cierto aire pícaro y misterioso, como si fuera poseedor de un secreto que todo el mundo desconoce; probablemente solo estuviera alardeando, pero aquella actitud le quedaba de maravilla. No era ningún misterio el por qué tenía vuelta loca a Annie.
Annie. Toda una dama. Recatada, refinada, amorosa. Siempre bella y muy bien desenvuelta en esos elegantes vestidos y peinados donde ni un solo cabello estaba fuera de lugar. Y aunque a Patty a veces daban ganas de tomarla por los hombros y zarandearla para que de una vez por todas se diera cuenta de su belleza y gran potencial, muy en su estilo, era bellísima.
Y Anthony, Anthony era quien más había cambiado en ese año. ¿Quién imaginaría que ese chico apuesto, risueño, y varonil, hubiese estado debatiéndose entre la vida y la muerte apenas el verano pasado? De su terrible parálisis solo quedaban leves secuelas de las cuales no te percatabas a menos que prestaras demasiada atención ya que él sabía sortearlas de forma soberbia. Y aunque la naturaleza de su situación médica continuaba siendo un misterio, Candy estaba segura que fuera lo que fuera, Anthony la enfrentaría de forma estoica.
Ella también había cambiado. De sus cambios físicos, de su belleza, e incluso de algo que ella misma ignoraba que poseía, su sensualidad, Terry había sido el primero en hacer alusión a dichos cambios, y en la mayoría de las ocasiones, instigándolos. Pero algo dentro de su ser también había cambiado, tenía ilusiones, ambiciones, y aunque todavía desconocía el camino que tomaría su vida, tenía la plena certeza de que lo lograría, y sobre todo ahora sabía, que por más difícil, que pudiera parecer la vida, valía la pena disfrutar cada precioso momento, como ese viaje en tren con todos sus amigos, viaje que nunca olvidaría.
-Bien – dijo Anthony con cierta melancolía- aquí es donde nos separamos – el automóvil con la insignia de la familia Andrew que los llevaría a él y a sus primos a la casa Andrew ya se encontraba solícito esperándolos al lado de la estación. Las chicas los verían partir mientras ellas tendrían que esperar el transporte que las llevaría a la villa veraniega del colegio.
-Las veremos mañana a primera hora – Agregó Archie tratando de darle ánimos a su primo.
-Yo no pienso esperarme hasta mañana – exclamó Anthony en actitud desafiante – en cuanto encuentre la manera de escaparme de esa casa, iré a verte Candy.
-No te metas en problemas el primer día del verano, Anthony.
-Ni tú tampoco. – Y después de guiñarle el ojo con coquetería, subió al auto.
Annie y Patty estaban boquiabiertas por la belleza del cuarto de Candy, ellas, al igual que en el colegio, compartirían habitación, y aunque Eliza Legan y su horroroso hermano se hospedarían fuera de la villa, el ser compañeras de cuarto las tranquilizó y decidieron tomarlo como buen augurio de que ese verano la pasarían de maravilla.
-Mi equipaje puede esperar – fue la respuesta de Candy cuando sus amigas le propusieron ayudarse mutuamente a instalarse en sus respectivas habitaciones – pero eso – señaló las hermosas áreas verdes de la villa – no. ¿Me acompañan? ¿No? – se auto respondió al ver las caras de cansancio de sus amigas debido a tan largo viaje – de acuerdo, entonces nos veremos en la cena.
La villa era hermosa, un enorme edificio blanco donde Candy adivinaba, se encontraba la oficina de la directora. Otro edificio de mayor tamaño pero distribuido a la largo de una especie de U gigantesca conformaba el dormitorio de los estudiantes, con su correspondiente división entre chicos y chicas, pero todos ubicados a ras de piso lo que hacía que el delicioso olor de hierba fresca inundara tu habitación con solo abrir las ventanas.
Al parecer, toda lo que se consumía en la villa se producía ahí mismo. Había huertos, una gallinero, una especie de almacén donde las mujeres preparaban quesos y conservas, todo mundo parecía muy ocupado, sin embargo, se tomaban el tiempo para saludarla con una sonrisa. Pero lo que más le gustaba a Candy de aquel lugar, era la ausencia de muros.
No había muros, sería un crimen colocarlos ante tan hermosa vista. Si bien existía una especie de cerco que delimitaba los terrenos de la propiedad, eso no le restaba esa sensación de libertad que reinaba en todo el lugar, libertad que ella llevaba demasiado tiempo sin experimentar.
Más allá de los "límites" de la propiedad, se erguía un precioso bosque. Como atraída por una fuerza magnética sus pies se dirigieron hacía ahí, pero antes de que su pie tomar impulso para tratar de saltar la barda, una voz muy conocida la sorprendió.
-¿Buscando un árbol al cual trepar, Tarzán pecosa?
La imagen de Terry, montando su caballo, vistiendo una elegante capa blanca que comenzaba a pintarse con tonos dorados por los últimos rayos del sol al caer, robaba el aliento. Parecía un sueño y Candy tenía miedo de hablar por temor a que sus palabras rompieran esa bella alucinación que seguramente existía única y exclusivamente en su imaginación.
Terry se percató de sus dudas, y para demostrarle a Candy que él estaba ahí, por ella, bajó de su cabello y con una sonrisa que le iluminaba el rostro de dirigió a paso firme hasta quedar frente a ella.
-No pude dormir... en toda la noche – exclamó con total espontaneidad, y al prestar atención a esa sombra oscura que lucía en la delicada piel debajo de sus ojos, Candy supo que él decía la verdad- no sabía si finalmente habías logrado que tu padre adoptivo enviara la autorización para que pudieras venir aquí y me daba pánico pensar que ya no te vería. Pero estás aquí, mi cielo, y eso me hace inmensamente feliz.
Candy seguía anonadada, intentaba articular palabra pero parecía incapaz de hacerlo; por eso fue que se asustó tanto cuando por un instante creyó que aquel rabioso grito había salido de ella.
-¿Tú? ¿Aquí?
-Hola, Anthony. – Saludó Terry sin esforzarse siquiera un poco en disimular que aquella situación lo satisfacía en gran medida.
- ¡Es increíble que ni siquiera en nuestras vacaciones seas capaz de dejarnos en paz! – Que gran decepción para Anthony después de todo el esfuerzo que seguramente le había costado lograr escaparse de la casa Andrew, tener que toparse con su peor enemigo a escasos centímetros de su novia. – ¡Lárgate de aquí, o haré que te saquen a rastras!
-Me encantaría verte intentar hacer eso. Pero, estoy de muy buen humor, así que le ahorraré la fatiga a tu débil cuerpecito, ya que claro, lo más importante es tu salud. También te ahorraré el ridículo innecesario que harías tratando de hacer que me saquen de un lugar que me pertenece.
-¿De qué demonio estás hablando?
-¿Cómo te lo explico? – Chasqueó sus dedos - ¡lo tengo! Verás, éste lugar es propiedad de la familia Grandchester desde hace varias generaciones. Una de las tantas concesiones que mi padre generosamente otorgó al colegio con tal de que me mantuvieran bien encerrado. Y aunque el Duque y yo tengamos nuestras diferencias, él es, digamos que un tanto obsesivo con el hecho de hacer valer el peso de nuestro apellido y que la gente le muestre el debido respeto, pero no, no tienes de qué preocuparte, no pienso abusar de la maldición de mi apellido aunque eso implique que todas las personas de aquí preferirían obedecer una orden mía a una de la hermana Gray, ya que es mi veces preferible soportar las rabietas de la religiosa que la venganza del duque; suena tentador, pero no lo haré.
En lugar de eso voy a recordarte que en el reglamento del honorable colegio San Pablo quedan estrictamente prohibido que las alumnas reciban visitas a deshoras si no es bajo la autorización por escrito de algún familiar. ¿No querrás que Candy sea sancionada el primer día de clases, verdad?
En cuanto a mí, bueno, mi padre siempre ha insistido hasta el cansancio en que debería de interesarme más de los bienes y negocios familiares. Bien, finalmente he decidido que éste verano es el momento justo para empezar a hacerlo, así que, muy a tu pesar, mi presencia en éste lugar será constante.
-¿Todo se encuentra bien, señor Grandchester? – El capataz, que había estado observando cómo se desarrollaban los sucesos desde una prudente distancia, se acercó con aire solícito al percatarse de que Anthony caminaba con actitud amenazadora hacia donde se encontraba Terry.
-Perfectamente. ¿Podrías ayudarnos en algo? El joven aquí presente se encuentra un tanto desorientado, no encuentra... recuérdame, ¿qué era? ¿La oficina de la hermana Gray? ¿O la puerta de salida? – Aunque en realidad Terry no esperaba una respuesta, hizo una pausa dramática para que Anthony pudiera evaluar las consecuencias de la decisión que debería tomar - ¡da igual! ¿Me harías el favor de acompañarlo?
-Cómo ordene, señor.
Y con las manos cerradas a causa de la rabia que se apoderaba de su ser, Anthony se vio obligado a marcharse.
– Así que, - preguntó Candy con los brazos cruzados sobre su pecho - ¿la Villa de verano del colegio es propiedad de los Grandchester?
– ¿Quién lo diría, no? – Terry tenía colocado el dedo pulgar sobre sus labios tratando, con poco éxito, de contener una sonrisa.
– ¿Y olvidaste mencionarme ese pequeño detalle cuando me sugeriste tomar la escuela de verano?
–Candy, si estás insinuando que yo oculté información deliberadamente, con la esperanza de que tú pudieras estar todo el verano en un lugar donde Anthony Brown no tuviese fácil acceso, mientras que yo puedo vagabundear con total libertad, y tener la oportunidad de poder observar tu bello rostro todos los días – se acercó hasta tomarla por la cintura- sí, me declaro culpable. Te extrañé tanto mi cielo.
Su derecho a réplica fue silenciado cuando sintió los labios de Terry fundirse contra los suyos. Y al responderle el beso con la misma pasión, Candy le informó a Terry que ella también lo había extrañado demasiado.
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