Stravaganza - Capítulo 5
-Me alegra verte aquí, Annie. – Cuando terminó la primera clase del día con la hermana Circe, Annié tomó su mochila y salió disparada con rumbo a los cuartos de baño que estaban al fondo del pasillo. Candy la siguió. – Aunque a ti casi te provoca un desmayo verme entrar en el salón.
- Ya sabes cómo es esto Candy – dijo mientras echaba agua en su rostro y nuca para aliviar la tensión- nadie puede saber que tú y yo nos conocemos, ni que...
-¿Ni que tú también creciste en el hogar de Pony?
-¡Calla! –En sus ojos podía notarse que el pánico la inundaba – ni siquiera lo menciones en voz alta, ¡por favor! Significaría la muerte para mí, Candy te lo ruego. Tú y yo no nos conocemos, trátame como a cualquier otra compañera.
-¿Y tú me tratarás como el resto de las chicas lo hacen?
-Me voy, no quiero llegar tarde y tú deberías hacer lo mismo.
-Aun así me da gusto verte, Annie.
La segunda clase era la materia de biología, impartida por la hermana Margaret. Esta religiosa, contrario a todas que había conocido desde su ingreso al colegio, tenía un rostro más afable y la hermosa costumbre de sonreír.
-Me dijo la hermana Circe que tuviste un inconveniente para llegar y no pudiste presentarte. – Comenzó a decirle la hermana Margaret tomándola por los hombros - ¿Por qué no aprovechas este momento y te presentas con tus compañeras? – Con pasos lentos e inseguros, Candy caminó hasta el centro del salón.
-Mi nombre es Candice White Andrew, pero pueden llamarme Candy. Es un placer conocerlas.
- Lástima que no podamos decir lo mismo- exclamó Eliza. El resto de las alumnas comenzaron a reírse sin descaro ante aquel mordaz comentario.
- ¡Eliza, qué clase de comentarios son esos! ¡Silencio, señoritas por favor! Candy, - la guió hasta su asiento y le entregó una hoja- necesito evaluarte. Harás este examen pero no te pongas nerviosa, no contará en tu calificación, es solo para conocer qué terrenos estamos pisando. Escribe tu nombre y contesta lo que puedas, sin presiones.
-Ese es el problema, hermana Margaret, ella ni siquiera sabe cómo se escribe su nombre. – De nueva cuenta todo el salón rio.
Candy no pudo contestar ni una sola de las preguntas.
-Faltaste al desayuno, -le comentó Patty en el primer descanso del día – eso está mal. Todas debemos estar puntuales en el comedor para realizar el primer rezo del día, y comer, por supuesto, aunque a las hermanas no les importa realmente que nos alimentemos, pero son muy severas respecto a los rezos.
-Muero de hambre.
-Lo sé, pero la siguiente comida será hasta pasado el mediodía. Por ahora nos esperan más clases.
-Necesito ver a mis amigos.
-¿Hablas de chicos?
-Sí, mis amigos. Stear, Archie y Anthony.
-Tendrás que esperar. Compartimos los jardines principales hasta el último receso del día, cerca del atardecer, una hora libre, después a cenar y de vuelta al encierro en nuestra habitación, bueno libre es un eufemismo, se recomienda ir a la iglesia confesarse, etcétera. Y no es muy bien visto que una chica converse con los varones.
-Me da igual, necesito verlos.
Las horas transcurrían terriblemente lentas. Clase tras clase de temas incomprensibles y ajenos para Candy. Lo único bueno fue la comida, era exquisita. Y como Candy había faltado al desayuno devoró todo el contenido de su plato en cuestión se segundos. No entendía por qué las otras chicas murmuraban mientras la señalaba, todas con sus platos medio llenos todavía. Eliza le dedicó una mueca cruel y burlona inflando mucho las mejillas y simulando comer grandes cantidades de comida lo que provocó que las demás chicas casi se ahogaran a causa de la risa.
Finalmente el ansiado último descanso del día. Apenas sonó la campana, Candy salió echa un rayo hacia el jardín central. Bajó de un salto el conjunto de escaleras que desembocaban al jardín, pero al llegar no encontró a nadie. Al menos nadie que hubiese esperado ver ahí.
Vestía el uniforme del colegio, o por lo menos fingía hacerlo. No portaba el corbatín como el resto de los chicos, la camisa no estaba fajada dentro de los pantalones y parecía faltarle un par de botones. El cabello negro caía libremente sobre sus hombros. Fumaba, con total impunidad, sin el menor atisbo de temor por ser descubierto.
Sus miradas se cruzaron, pero Candy no fue capaz de descifrar ninguna emoción en la mirada de aquel chico, salvo, rabia, y temor.
-¡Candy! – Anthony interrumpió el flujo de sus pensamientos sorprendiéndola con un fuerte abrazo. - ¿Qué tal tu primer día? ¡Te extrañé tanto!
- ¡Anthony! – Stear y Archie lo seguían un par de pasos atrás, lucían extrañamente serios. - -Bien – mintió – muy bien. Mi habitación es muy linda.
- ¿Y qué tal tu compañera?
- No tengo compañera. – Candy le hablaba a Anthony, pero su vista seguía fija en el chico que fumaba a escasos metros de ella – Anthony, es, ¿es el chico del barco?
-Lo sé y es una desgracia que esté aquí. – Tomó a Candy por el brazo y la giró hasta que quedó de espaldas al arco donde Terrence continuaba fumando- Pero, no hagas caso de ese fulano, y explícame ¿cómo es eso de que no tienes compañera?
-Mi habitación es privada.
-¿Entonces estás en la habitación 101, Candy?
-Así es, Archie.
-¡Vaya, la familia Andrew tiene un nuevo consentido! Me alegra mucho que el abuelo Williams se preocupara con tenerte lo más cómoda posible.
-A mí también – agregó Anthony – sobre todo considerando que tuviste mucha mejor suerte que yo. Mi compañero de cuarto es Neal.
-Justicia divina – exclamó Archie en medio de una carcajada. Eso es algo que no le habría deseado ni a mi peor enemigo. - Para cuando Candy pudo volver a voltear, Terrence ya no estaba ahí
-Hola, Anthony. – Eliza llegó al patio acompañada del mismo grupo de jovencitas con el que Candy la había visto el primer día. Más que un grupo de "amigas", aquellas chicas conformaban un ente que alimentaban el ego y maldad de Eliza.
-Hola, Eliza.
- Vengo a informarte algo. Mamá pasará por nosotros el domingo para llevarnos a casa. Sobra decirte Candy que tú no estás invitada, mi madre prefiere tener sus pertenencias a salvo de tus cleptómanas costumbres. – Las chicas que la acompañaban reían -Permanecerás encerrada en este colegio como los otros chicos olvidados por sus padres.
–Agradezco tu ofrecimiento Eliza pero tendré que declinar. Me apetece más pasar el domingo al lado de Candy.
–Mi madre no lo hace por cordialidad, Anthony, es una orden de la tía abuela. Le encargó a mamá buscar al mejor médico de Londres, te revisará todos los domingos en casa para vigilar que lo que sea que haya pasado en tu cabeza no vuelva a ocurrir. No es algo que puedas darte el lujo de rechazar, en fin, los veo el domingo. – Y se perdió entre el resto de estudiantes.
–Anthony, se trata de tu salud. Eliza tiene razón, no puedes darte el lujo de no ir – insistía Candy.
–No te preocupes primo, nosotros nos quedaremos con Candy.
–No por favor, estaré más tranquila si ustedes lo acompañan y así se aseguran en persona de que todo esté marchando correctamente, Stear.
–Tenía la esperanza de mostrarte el regalo que traje para ti – expresó Anthony con cierta dosis de melancolía.
– Tendremos mucho, mucho tiempo. Qué extraño – suspiró.
- ¿Qué cosa, Candy? – preguntó Archie.
–Nada es solo que, pensé que Eliza estaría un poco más "emocionada" al ver a Anthony después de tanto tiempo. – La anterior rivalidad por la atención de Anthony y lo preocupada que Eliza parecía estar cuando él se accidentó, eso sin olvidar que no dejaba de culparla por dicho accidente, haría suponer a cualquiera que Eliza tendría una reacción poco más que efusiva cuando lo volviera a ver.
– ¡Ah! Lo que pasa es que Eliza ya no tiene ojos para nadie más, está bastante enajenada con el idiota ese.
– ¿Con quién?
– Con el Duque.
– ¿Terrence?
– ¡Cuánta familiaridad, Candy!
–Me dijo su nombre en el barco, Anthony. Es un nombre un tanto difícil de olvidar. ¿Y él, le corresponde?
–Mmmjumm, - Archie reía- es mucho tu interés Candy.
–Por supuesto que es mucho mi interés Archie, si él le corresponde significa que Eliza estará lo suficientemente entretenida como para dejarnos a Anthony y a mí en paz.
–Ella siempre encontrará el tiempo de fastidiarte Candy. Terrence podrá ser un completo idiota en el sentido despectivo de la palabra, pero no creo que tenga tan poco coeficiente intelectual como para responder a los avances amorosos de Eliza, a lo más, se divertirá un rato ilusionándola en vano.
El sábado el escritorio de la habitación de Candy estaba inundado de deberes incomprensibles. El hecho de que solo hubiese asistido un día a clases, no la exentaba de todas las tareas de la semana, según el particular juicio de la hermana Gray. Y aunque Paty con paciencia trataba de explicarle cómo realizarlas, Candy carecía de los fundamentos necesarios para realizarlas.
- Mi educación estuvo a cargo de la hermana María – le comentaba a su compañera – fue una excelente maestra, pero desde que me fui a la casa de los Leagan no he asistido a ninguna clase, creo que estoy fuera de práctica. – A media tarde se dio por vencida.
Las campanas sonaron a primera hora de la mañana el domingo. Los alumnos caminaban felices y presurosos a la capilla del colegio, una hora de escuchar rezos y serían libres el resto del día. Candy carecía de dicha motivación.
-¡Corre! – y tomándola de la mano la llevó hasta la colina donde la sorpresa le aguardaba.
-¡Anthony, Anthony! ¿Estás bien? – parecía que aquella frenética carrera había sido demasiado para él.
-Estoy bien, Candy – aseguró Anthony abriendo y cerrando los ojos en repetidas ocasiones- es solo que, se me nubló la vista por un momento. Pero por favor, deja de actuar como si me fuera a morir en cualquier segundo. Quería mostrarte algo.
-¡Anthony por Dios! – una solitaria rosa crecía al pie del enorme árbol que dominaba la colina - ¿Es...?
-Una Dulce Candy.
-¿Pero cómo es posible?
-No fue nada sencillo, te lo aseguro. Tuve que hacer milagros para que sobreviviera el ambiente salino del barco, pero valió la pena por ver tu sonrisa en este instante. ¿Eso quiere decir que te gustó la sorpresa?
-Me encantó.
-No quisiera marcharme – suspiró.
-Tienes que ir, por favor, por tu salud, y por mí. – Acarició su rostro y Candy cerró los ojos, por un momento pensó en perderse en esa caricia, pero el momento culminó.
-Ve- le apremió – yo me quedaré aquí. Este sitio es hermoso y parece la mejor y única opción para pasar mi día libre.
-Nos veremos después, solo te pido – colocó un beso en su mano derecha – no me olvides.
Lo miró alejarse presuroso hacia la salida del colegio. Aquellos días habían sido terribles, y los que se avecinaban no pintaban para ser mejor, sobre todo el lunes que las maestras esperarán recibir sus tareas y ella llegara a las aulas con las manos vacías. Pero la presencia de Anthony alegraba cada uno de sus días.
–Con qué Dulce Candy – esa poderosa voz que provenía de lo alto de la copa del árbol la arrebató con violencia de sus pensamientos. Cuando Candy alzó la vista, una figura oscura descendió del árbol de un salto – Dulce... – Terrence– ¿y sabes así?
– ¿Perdón?
-Estás perdonada, niña – sonreía.
-No, quise decir que...
–Tus mejillas parecen hervir. Hola – y con pasos fuertes recorrió la distancia entre los dos a una velocidad que a Candy no le dio tiempo de reaccionar– Dulce Candy.
–Hola, Terrence.
–Recuerdas mi nombre, me alegra.
–Es un nombre bastante mencionado en los corredores de este colegio.
–Quería verte – la confesión a Candy la tomó por sorpresa – tú yo tenemos una conversación pendiente. No te emociones, pecosa, solo me gusta molestarte. La cuidó tanto – dirigía la mirada hacia la rosa Dulce Candy que se alzaba temerosa entre la hierba del lugar- sería una pena que alguien decidiera simplemente arrancarla y esparcir sus pétalos al viento.
– ¡No por favor, no lo hagas! – lo tomó del brazo para evitar que Terry dirigiera sus fuertes pisadas hacia el débil brote de flor.
–Dame una buena razón para no hacerlo.
–Porque es mía. Tú mismo lo dijiste, acabas de escuchar toda nuestra conversación. Anthony me la regaló, es mía. Por la tanto te pido, ¡no!, te exijo que dejes en paz estos rosales.
– ¡Me exiges! ¡Ja,ja,ja! ¡Qué gracioso! Te daré esta concesión a cambio de un favor, favor que cobraré en su momento. Nos vemos, Candy.
–Nos vemos, Terrence.
–Solo llámame Terry– dijo guiñando el ojo con completo descaro
Candy agradeció que Terry hubiese dado la vuelta de inmediato y que no viera que el intenso rubor había vuelto a subir a su rostro como respuesta a aquel despampanante guiño.
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