Stravaganza - Capítulo 7
- No nos dijiste que era tan guapa, Neal. – Neal Leagan la había seguido hasta aquel apartado lugar, acompañado de otros seis chicos que comenzaron a cerrarse en coro alrededor de Candy como una feroz manada de lobos hambrientos.
- Mmm – el aludido elevó los hombros – uno no suele fijarse en esa clase de detalles en la servidumbre de su casa. Candy en mi hogar era considerada poco más que un mueble. Un mueble bonito – se acercó lo suficiente para para recorrer la piel del brazo de Candy con la punta de su dedo – al cual podemos encontrarle alguna utilidad.
-¡Suéltame! – En el brazo Candy tenía la misma sensación como cuando uno de esos enormes y repulsivos gusanos cubiertos de una especie de pelaje negro recorre tu cuerpo dejando tras su paso un molesto ardor y la impresión de que continúan caminando por más que frotes tu piel con desesperación. – ¡No vuelvas a ponerme una mano encima! Sí Neal, fui sirvienta en tu casa, no me avergüenza decirlo, pero eso forma parte de mi pasado y nunca más volveré a estar a tu servicio, ¿entendiste? ¡Y no soy un mueble, soy un ser humano, y como tal me tratarás!
-Siempre fuiste una sirvienta contestona. Nada ha cambiado, solo algunas cosas – pasó la mirada por el cuerpo de Candy con tal intensidad que la incomodaba– ven, quiero presentarte a unos amigos – la tomó con violencia del brazo para arrojarla al centro del círculo que los demás chicos habían formado – vamos sé amable.
Los chicos comenzaron a aventarse a Candy los unos a los otros como si se tratara de una muñeca de trapo, sin parar de gritarle insultos y humillaciones que versaban sobre necesitar ayuda para arreglar su cuarto y otra infinidad de sandeces. Ese terrible juego parecía que duraría para siempre, pero sin previo aviso los chicos se detuvieron. Candy tardó en darse cuenta de que había vuelto a quedar en los brazos de Neal, quien colocándose a sus espaldas le susurró al oído.
- Te conviene ser amable – clavó sus uñas en la piel de brazo de Candy, tan fuerte que la hizo gritar - ¿comprendes?
- ¡Suéltala! – ninguno de los involucrados se percató en qué momento Terry había aparecido en el lugar. Lucía más que furioso. Seguramente los gritos burlones de los chicos que maltrataban a Candy habían llegado hasta sus oídos cuando Terry había ido a poner bajo resguardo su caballo en las caballerizas del colegio, ya que todavía vestía las botas altas y chaqueta roja que utilizaba para cabalgar, y en la mano asía con fuerza el fuete que ocupaba para dirigir al animal.
- Grandchester, no te metas en lo que no te importa – le gritó Neal tratando de aparentar una valentía que a Candy le constaba no poseía.
-¡Tú no me vas a decir qué es lo que debería importarme o no, imbécil! Ahora, te lo repito una última vez, ¡suéltala! O tendré que obligarte a hacerlo.
- ¿No me digas? – Neal había encargado a Candy bajo la custodia de un chico gordo y con el rostro grasoso repleto de barros y espinillas a punto de reventar, cuyas manazas gordas y velludas sujetaban los hombros de Candy con demasiada fuerza mientras su aliento hediondo le torturaba el rostro y el sentido del ofalto- ¿tú y cuántos más van a obligarme?
- Yo contra – Terry señalaba a cada uno de los ventajosos acompañantes de Neal con la punta del fuete – uno, dos, tres, siete imbéciles. – Inclinó la cabeza hacia el lado izquierdo. - Parece justo.
- Mira, Grandchester será mejor que te vayas y tengas buen cuidado de no mencionar una palabra de esto a nadie si no quieres que...
Un golpe con el fuete directo en la boca de Neal calló sus palabras, gotas de sangre volaron por los aires. Aquel inesperado ataque lo había hecho perder el equilibrio y terminó azotando contra un árbol. Con los ojos abiertos a causa del terror que comenzaba a invadirlo, observaba la sangre en su mano después de habérsela llevado a la boca para confirmar que Grandchester le había roto el labio inferior que seguía sangrando. Por un segundo, Candy creyó que Neal se pondría a llorar igual que cuando eran unos niños y ella misma lo había vencido en intensos enfrentamientos que terminaban en golpes. Pero en esta ocasión parecía que sus secuaces le brindaban la seguridad necesaria para atacarla a ella, y a Terry. Con un simple gesto con la cabeza les dio la orden a sus acompañantes de que se le fueran encima a Terry, aunque la situación cinco a uno fuese completamente injusta.
Terry no parecía preocupado, y aunque por superarlo en número aquellos chicos lograron asestarle un par de golpes, la fuerza de estos no se comparaba con los poderosos puñetazos con los que Terry los iba derribando uno a uno. Las manazas del chico gordo que sujetaba a Candy comenzaron a temblar, casi se podían escuchar sus pensamientos rogando que Neal no le pidiera unirse al intento de motín para derrocar a Terry y sufrir la furia de sus golpes. No hizo falta. Candy aprovechó su vacilar y propinó un fuerte codazo en el enorme estómago del chico sacándole el aire. Giró agarrándose el vientre mientras trataba de recobrar el aliento, Candy decidió terminar con él propinándole una patada en sus amorfas posaderas hasta hacerlo caer al piso sobre sus cuatro extremidades; el chico comenzó a arrastrarse a gatas, lo importante para él era huir, sin importar de la forma denigrante en que lo hiciera.
El resto de chicos siguieron su ejemplo, y huyeron, sobre todo después de confirmar que Terry seguía de pie y con suficiente fuerza para continuar peleando el tiempo que fuese necesario, es más, lucía con mayor vitalidad que al principio, y reía, inexplicablemente ese extraño chico reía. Neal fue el último en marcharse, no sin antes lanzar una amenaza.
-¡Me la pagarán! ¡Ambos!¡Les juro que me la pagarán.
– ¿Estás bien? Tienes sangre en el brazo – Terry intentó tocarla en el punto donde Candy sangraba.
–No es nada, yo lo arreglo – pero ella alejó su brazo antes de que él pudiera alcanzarlo.
–Espera Candy. Baja la guardia conmigo por un instante, ¿quieres? –Volvió a intentar tomarla por el brazo, pero en esta ocasión Candy no lo retiró - ¿Eso te lo hizo ese idiota con sus uñas, verdad? – Ella asintió -¡Qué asco! Al menos permite que te lave la herida, quién sabe qué clase de bacterias lleve encima una alimaña como esa. – Sacó una licorera del bolsillo de su chaqueta – Muy útil – dijo sosteniendo la licorera plateada en alto – no solo para fines recreativos.
– ¡Auch! – Terry derramó una pequeña cantidad de alcohol sobre la herida, ardió. Después tomó el pañuelo de seda que usaba a modo de mascada en su cuello y lo ató sobre la herida de su brazo. Candy miraba impresionada todo el proceso– tienes mucha experiencia curando heridas.
–Digamos que soy experto en improvisar, me han herido muchas veces. ¿Mejor?
–Mejor. Gra...gracias, Terry.
–De nada – sonrió. Pero aquella sonrisa a Candy le resultaba extraña, ¿cómo explicarlo? Parecía, dulce, sincera. Tan distinta a su conocida sonrisa altanera y desafiante que denotaba satisfacción por fastidiar a los demás. Esta sonrisa le gustaba más. – Es mi culpa de cierta manera. Si yo no me hubiese peleado con tu novio y enviado a la celda de castigo, tal vez el idiota de Neal Leagan no se habría atrevido a molestarte.
-Neal me ha molestado toda la vida, cree que tiene derecho a hacerlo.
- Nada. Escúchame bien, NADA, justifica que él, o cualquiera de los otros imbéciles que lo secundan, te trate de esa manera. Así que tú deberías dejar de creerlo. Debes decirle a la directora.
- Nunca me creería. Estoy muy lejos de ser su alumna favorita.
- Te entiendo, he pasado muchas veces por esa situación. Y aunque me apene reconocerlo, yo no soy un testigo muy confiable para apoyar tu historia. Probablemente terminaría ocasionándote más problemas.
-Sufrimos del mismo mal.
- Prométeme algo, ¿quieres? Si el inmundo de Neal Leagan te vuelve a molestar, ¿me lo dirás?
-¿Por qué?
- Porque yo me encargaré de ello.
- Me refiero a, ¿por qué habrías de hacerlo? Es más, ni siquiera comprendo por qué lo hiciste esta ocasión.
- Porque detesto las injusticias, Candy. E insisto, desconozco qué motivos orillen a ese idiota a creerse con el derecho de molestarte, pero nada de lo que él o cualquier otro pudiese argumentar, justifica que te traten así, ni a ti ni a nadie. ¿Me prometes que si alguna vez vuelve a ocurrir y yo no estoy ahí para interceder, me lo dirás?
- Pero...
-Candy, deja de pensar, ¡por favor! ¿Me lo prometes?
-De acuerdo.
- Te acompañaré de vuelta a tu dormitorio, - agregó - no quiero arriesgarme a que esos cobardes estén escondidos esperando que vuelvas a estar sola para atacarte otra vez.
Caminaron largo rato en silencio, el único ruido era el que generaba Terry al aplastar ramas y hojas que cubrían el sendero de regreso a los dormitorios con cada paso que daba con sus pesadas botas. El rostro de Terry parecía ejercer una especie de fuerza magnética sobre Candy, no podía dejar de verlo de soslayo y pensar cuán atractivo era. Esos pensamientos no estaban bien, era una verdad evidente, nadie podía negarlo, pero de todos modos no estaba bien, no para ella. Debía hablar de algo para alejar aquellos malos pensamientos de su mente, pero el único tema que se le ocurrió fue un reclamo.
-Si detestas las injusticias, entonces dime ¿por qué golpeaste a Anthony?
-¿Qué tiene de injusto eso? Dos chicos jóvenes en igualdad de condiciones intercambiando alegremente unos cuantos golpes. Injusticia sería si alguno de ellos fuese más débil o cobarde que el otro. ¿Es Anthony débil o cobarde?
-¡Por supuesto que no!
-¿Entonces por qué supones que fui yo quién lo golpeé y no al revés?
-Sigues evadiendo mi pregunta. ¿Por qué lo golpeaste?, es decir, se pelearon.
-Candy, no sé si lo has notado, pero tengo cierta tendencia a la sociopatía y me causa placer y diversión fastidiar a los demás. Tú "novio" es particularmente divertido y fácil molestar.
-¿Eso es todo? ¿Estabas aburrido y decidiste iniciar una pelea con un chico que solo le interesa estudiar sin importarte las consecuencias que eso le acarrearía?
-Si conoces otra forma para divertirte en esta escuela, dímela, para mí es la única. Ver su cara enrojecer cuando la hermana Gray le informó que pasaría un par de noches encerrado en la celda de castigo es lo mejor que he presenciado esta semana.
-¿Por qué tú no terminaste también encerrado? ¿De qué privilegios gozas para que solo lo hayan castigado a él y tú quedaras exento?
-No se trata de privilegios, Pecas.
-Me llamo Candy.
-Lo sé, pero la forma en que arrugas tu naricita a causa de la indignación que te provoca cada vez que te digo "Pecas" también me divierte. Como sea, no se trata de privilegios, es una cuestión de "funcionalidad".
-¿Funcionalidad?
-Verás, la hermana Gray espera que al señorito Brown, pasar dos días encerrado en el cuarto de meditación, lo asusten lo suficiente para pensarlo dos veces antes de volverse a involucrar en una pelea conmigo, o con quien sea. Mientras que si me envía a mí a una de esas celdas, ella, yo, y quien sea que dirija el reino de los cielos, sabe que me escaparía en diez minutos y volvería a propiciar otra pelea, ¿para qué gastar tiempo, recursos y fuerzas en un completo absurdo?
-Todo tú eres un completo absurdo – el comentario lo hizo reír.
-Hemos llegado, sana y salva hasta sus aposentos, Milady.
-No vuelvas a molestar a Anthony.
-¿Qué me ofreces?
-¿Perdón?
-Ya te he dicho que molestar a las personas es mi único entretenimiento en este lugar. Si quieres que deje de molestar a Anthony, qué me ofreces para entretenerme, ¿permiso para molestarte a ti? – Candy enmudeció, sentía que cualquier cosa que le dijera a Terry este la retorcería de una forma que para ella le resultaba incomprensible, para utilizarla en su contra – eso me agradaría bastante.
-¡Eres insoportable!
-Tú también. Chiquilla impertinente que se cree con derecho de decirme qué debo o no debo hacer, y de reclamarle sus decisiones a la hermana Gray. Aunque debo confesar que ese detalle me encantó.
-¿Cómo es que tú sabes...?
-Nada de lo que ocurre en este colegio se me escapa, Pecas. De nuevo ese gesto con la nariz. No logro decidirme si me desespera, o me encanta.
-Es imposible hablar contigo enserio.
-Lo que te dije hace rato fue muy enserio, si Neal Leagan te vuelve a molestar, solo tienes que decírmelo, y me encargaré de que no le queden ganas de volver a hacerlo. Ahora que lo pienso, necesito que me prometas otra cosa.
-¿Qué?
-Que esta noche soñarás conmigo – de nueva es maldita sonrisa de satisfacción, no podía tolerarla. Sin decir una sola palabra más se dio la media vuelta para dirigirse con paso veloz a su habitación. Aunque no podía verlo, sabía que Terry seguía ahí parado, observándola, luciendo esa odiosa sonrisa.
Y aunque esa noche trató de resistirse, no pudo evitar soñar con él.
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